"El 97% de la información del planeta está digitalizada. Y la mayor
parte de esta información la producimos nosotros, mediante internet y
redes de comunicación inalámbrica.
Al comunicarnos transformamos buena
parte de nuestras vidas en registro digital. Y por tanto comunicable y
accesible mediante interconexión de archivos de redes. Con una
identificación individual. Un código de barras. El DNI.
Que conecta con
nuestras tarjetas de crédito, nuestra tarjeta sanitaria, nuestra cuenta
bancaria, nuestro historial personal y profesional -incluido domicilio-,
nuestros ordenadores -cada uno con su número de código-, nuestro correo
electrónico -requerido por bancos y empresas de internet-, nuestro
permiso de conducir, la matrícula del coche, los viajes que hemos hecho,
nuestros hábitos de consumo -detectados por las compras con tarjeta o
por internet-, nuestros hábitos de lectura y música -gentileza de las
webs que frecuentamos-, nuestra presencia en los medios sociales -como
Facebook, Instagram, YouTube, Flickr o Twitter y tantos otros-, nuestras
búsquedas en Google o Yahoo y un largo etcétera digital. Y todo ello
referido a una persona; usted, por ejemplo.
Sin embargo se supone que
las identidades individuales están protegidas legalmente y que los datos
de cada uno son privados. Hasta que no lo son. Y esas excepciones, que
de hecho son la regla, se refieren a la relación con las dos
instituciones centrales en nuestra sociedad: el Estado y el Capital.
En ese mundo digitalizado y conectado, el Estado nos vigila y el
Capital nos vende, o sea vende nuestra vida transformada en datos. Nos
vigilan por nuestro bien, para protegernos de los malos. Y nos venden
con nuestro acuerdo de aceptar cookies y de confiar en los bancos que
nos permiten vivir a crédito (y, por tanto, tienen derecho a saber a
quién le dan tarjeta).
Los dos procesos, la vigilancia electrónica
masiva y la venta de datos personales como modelo de negocio, se han
ampliado exponencialmente en la última década por efecto de la paranoia
de la seguridad, la búsqueda de formas para hacer internet rentable y el
desarrollo tecnológico de la comunicación digital y el tratamiento de
datos.
Las revelaciones de Snowden sobre las prácticas de espionaje masivo
del mundo entero (con escasa protección judicial o simplemente ilegales)
han expuesto una sociedad en la que nadie puede escapar a la vigilancia
del Gran Hermano, ni Merkel. No siempre ha sido así porque no estábamos
digitalizados y no existían tecnologías suficientemente potentes para
obtener, relacionar y procesar esa inmensa masa de información.
La
emergencia del llamado big data, gigantescas bases de datos en formatos
comunicables y accesibles (como el inmenso archivo de la NSA en
Bluffdale, Utah) ha resultado del reforzamiento de los servicios de
inteligencia tras el bárbaro ataque a Nueva York así como de la
cooperación entre grandes empresas tecnológicas y gobiernos, en
particular con la Agencia de Seguridad Nacional de EE.UU. (que forma
parte del Ministerio de Defensa, pero que goza de amplia autonomía).
El director de la NSA, Michael Hayden, declaró que para identificar
una aguja en un pajar (el terrorista en la comunicación mundial),
necesitaba controlar todo el pajar, y eso es lo que acabó consiguiendo,
según su criterio, con una flexible cobertura legal. Aunque Estados
Unidos es el centro del sistema de vigilancia, los documentos de Snowden
muestran la activa cooperación con las agencias especializadas de
vigilancia del Reino Unido, de Alemania, de Francia y de cualquier país,
con la excepción parcial de Rusia y China, salvo en momentos de
convergencia.
En España, tras la escandalosa revelación de que la NSA
había interceptado 60 millones de llamadas, Snowden apuntó que en
realidad lo había hecho el CNI por cuenta de la NSA. Siguiendo la
política de Aznar que dio a Bush permiso ilimitado para espiar en España
a cambio de material avanzado de vigilancia. Y vigilaron a todo quisque
compartiendo información. Pero fueron las empresas tecnológicas las que
desarrollaron las tecnologías punta para el Pentágono.
Y fueron
empresas telefónicas y de internet las que entregaron datos de sus
clientes. Sólo se enfadaron cuando supieron que la NSA los espiaba sin
su permiso. Facebook, Google y Apple protestaron y encriptaron parte de
sus comunicaciones internas. Porque en realidad esa es una posible
defensa de la privacidad: comunicación encriptada facilitada a los
usuarios. Sin embargo, no se difunde porque contradice el modelo de
negocio de las empresas de internet: la recolección y venta de datos
para la publicidad enfocada (que constituye el 91% de las ganancias de
Google).
Aunque la vigilancia incontrolada del Estado es una amenaza para la
democracia, la erosión de la privacidad proviene esencialmente de la
práctica de las empresas de comunicación de obtener datos de sus
clientes, agregarlos y venderlos. Nos venden como datos. Sin problema
legal.
Lea la política de privacidad que publica Google: el buscador se
otorga el derecho de registrar el nombre del usuario, el correo
electrónico, número de teléfono, tarjeta de crédito, hábitos de
búsqueda, peticiones de búsqueda, identificación de ordenadores y
teléfonos, duración de llamadas, localización, usos y datos de las
aplicaciones. Aparte de eso, se respeta la privacidad. Por eso Google
dispone de casi un millón de servidores para procesamiento de datos.
¿Cómo evitar ser vigilado o vendido? Los criptoanarquistas confían en
la tecnología. Vano empeño para la gente normal. Los abogados, en la
justicia. Ardua y lenta batalla. Los políticos, encantados de saberlo
todo, excepto lo suyo. ¿Y el individuo? Tal vez cambiar por su cuenta:
no utilice tarjetas de crédito, comunique en cibercafés, llame desde
teléfonos públicos, vaya al cine y a conciertos en lugar de descargarse
pelis o música. Y si esto es muy pesado, venda sus datos, como proponen
pequeñas empresas que ahora proliferan en Silicon Valley." (Vigilados y vendidos, de Manuel Castells en La Vanguardia, en Caffe Reggio, 21/02/2015)
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