"Cuando Mark Zuckerberg decidió ofrecer a las naciones emergentes Internet.org, la rabia no tardó en estallar. Como explica acertadamente Daniel Leisegang en «Facebook salvará al mundo» (publicado en español por Nueva Sociedad),
este proyecto surgido en 2013 tenía una mascarada humanitaria: permitir
acceso a Internet a una enorme cantidad de ciudadanos del Tercer Mundo
que aún están fuera de la aldea global. Por supuesto, la idea era romper
las barreras que impiden, por ejemplo, que dos tercios de la población
india se puedan unir a Facebook.
Además de la India, el
proyecto aspiraba a un total de 100 naciones más. Acusada de violar la
neutralidad de la red, Facebook tuvo que cambiarle el nombre: de Internet.org pasó a llamarse Free Basics
y de la India debió irse en 2015 debido a la gran cantidad de críticas
que recibió.
¿Por qué? Porque Facebook no estaba ofreciendo Internet a
secas, sino que se trataba de una aplicación para teléfonos móviles a
través de la cual los sectores de menores recursos de ese país podían
acceder a una versión recortada de Internet.
La idea, originalmente
impulsada con el espíritu de que «la conectividad es un derecho humano»,
terminó exhibiendo que lo que se proponía Zuckerberg es apropiarse de
la gigantesca masa de datos de una significativa cantidad de los pobres
del mundo (para monetizarlos).
¿Quién decidía qué servicios
están disponibles en la aplicación? Según Chris Daniels, el
vicepresidente de la compañía, la decisión la toman Facebook, el
gobierno de cada país y el operador de telecomunicaciones asociado. Con
razón, podríamos afirmar que si «Internet es un derecho humano», con Free Basics
Facebook sólo aspira a regular los «derechos humanos recortados» de la
mitad de la población mundial (la que no tiene acceso a Internet).
Estas
políticas que agrandan la brecha digital poco tienen que envidiarle al
modelo de Corea del Norte, donde la mayoría sólo tiene a acceso a una modesta Intranet local que apenas tiene 28 páginas webs disponibles con contenidos fiscalizados por el gobierno de Kim Jong Un (la excepción la constituye, como es obvio, la élite gobernante).
Free Basics, que se encuentra en una fase muy embrionaria, sumaba en noviembre de 2016 unos 40 millones de usuarios.
En América Latina, Free Basics
ya ha sido implementado en 3 países (sobre veintitrés a nivel mundial
que se han unido): Colombia, Guatemala y también Bolivia, cuya inclusión
en este programa pone de relieve la insuficiente discusión de los
problemas del monopolio de la información en la era digital por parte
del populismo continental (o en este caso, su colaboración/subordinación
con esos monopolios).
Free Basics no permite ingresar a Google, el buscador más popular de todo el mundo, sino a Bing (el buscador de la competencia, Microsoft, que posee acciones en Facebook). Ahora bien, ¿qué ocurre con el 49,6% (3700 millones de personas)
que sí tenemos acceso a Internet a secas, sin (aparentes)
restricciones, y del cual más del 90% somos usuarios de Google? ¿Podemos
realmente jactarnos de utilizar un Internet realmente libre y
«neutral»?
Efecto de la Manipulación de los Motores de Búsqueda
La
expresión «Efecto de la Manipulación de los Motores de Búsqueda» (Seme,
por sus siglas en inglés), fue utilizada en agosto de 2015 por Robert Epstein y Ronald E. Robertson,
dos académicos de estadounidenses que demostraron que se podía decantar
el voto de un 20% o más de indecisos en función de los resultados que
ofreciera Google.
En varios artículos y entrevistas, Epstein se refiere
a su estudio y afirma que «en algunos grupos demográficos, hasta un 80% de los votantes» pueden llegar a cambiar sus preferencias electorales según los resultados que ofrece Google. En febrero de 2016, los medios ingleses fueron el terreno de una polémica sobre la injerencia del buscador en las elecciones de los votantes.
Este
no es solamente un problema de la democracia occidental. Según la
intelectual francesa Barbara Cassin, autora de «Googléame: la segunda
misión de los Estados Unidos», Google habría cedido al gobierno de China
perfiles de sus usuarios en ese país, «lo cual permitió identificar e
incluso arrestar a disidentes».
Para ilustrar el sesgo ideológico de los
motores de búsqueda de manera clara, Cassin afirma que «si, en un país
que no sea China, uno escribe en el Google Tiananmen, obtendrá
datos sobre la represión a manifestantes en esa plaza de Beijing, en
1989, que dejó centenares de muertos: pero, si lo escribe en China, no
obtendrá más que pacíficas referencias urbanísticas a la plaza».
Por
supuesto, Google no admite este sesgo ideológico implícito en su
sistema, pero las recientes políticas de la empresa para ayudar a
«combatir el terrorismo» en general y al Estado Islámico (ISIS) en
particular, exhiben concretamente el modo en que funciona su poder sobre
las decisiones de las personas en la actualidad.
Es el caso de Jigsaw,
un programa piloto de Google basado en su sistema de publicidad
personalizada, pero con un objetivo cero comercial, sino político. El
plan es localizar usuarios proclives al mensaje del ISIS y ofrecerles
una serie de anuncios específicos para ellos, a través de los cuales se
los redirige disimuladamente a contenidos que refutan las tesis del ISIS
y que podrían ayudar a quitarles de la cabeza la idea de unirse al
'Califato'.
Pocos podrían objetar que Google convenza a las personas de
rechazar a ISIS, pero es evidente que esto revela que Google está lejos
de ser «neutral» u «objetivo» y, por el contrario, llama la atención
sobre las posibilidades de manipulación sobre el usuario.
¿Batalla contra las «fake news» o censura 2.0?
Los
tiempos han cambiado, y con ellos también lo que hallamos en internet.
En 2010, al buscar sobre política en Google, solo un 40% de los
resultados los proveían medios de comunicación. Ya en 2016, ese
porcentaje rozaba el 70%. El 25 de abril de 2017, Google anunció que había implementado cambios en su servicio de búsqueda para
dificultar el acceso de los usuarios a lo que llamaron información de
«baja calidad» como «teorías de conspiración» y «noticias falsas» (fake news). Facebook también aplicó una política similar.
Google
aseguró que el propósito central del cambio en su algoritmo de búsqueda
era proporcionar un mayor control en la identificación de contenido
considerado objetable. Ben Gomes, a título de la compañía, declaró que
había «mejorado nuestros métodos de evaluación e hizo actualizaciones
algorítmicas» para «hacer emerger contenido más autorizado».
Google
continuó: «actualizamos nuestras directrices para evaluar la calidad de
búsqueda para proporcionar ejemplos más detallados de páginas web de
baja calidad para que los evaluadores marquen adecuadamente». Estos
moderadores tienen instrucciones de marcar «experiencias molestas para
el usuario», incluidas páginas que presentan «teorías de conspiración».
Según Google, estos cambios rigen a menos que «la consulta indique
claramente que el usuario está buscando un punto de vista alternativo».
Desde
que Google implementó los cambios en su motor de búsqueda, menos
personas han accedido a sitios de noticias de izquierdas, progresistas, u
opositoras a la guerra. Con base en la información disponible en
análisis de Alexa, algunos de los sitios que han experimentado bajas en
el ranking incluyen WikiLeaks, Truthout, Alternet, Counterpunch, Global
Research, Consortium News, WSWS, la American Civil Liberties Union y
hasta Amnistía Internacional.
También en el caso de Facebook, el editor de KRIK, un medio independiente serbio, publicó sus quejas en The New York Times, explicando como cambios para combatir (aparentemente) las fake news, los perjudicaron seriamente.
Llamativamente,
poco antes de esa decisión de Google, The Washington Post había
publicado un artículo, «Los esfuerzos de propaganda rusos ayudaron a
difundir noticias falsas durante las elecciones». Allí se citaba a un
grupo anónimo conocido como PropOrNot que compiló una lista de sitios de
noticias falsas difundiendo «propaganda rusa».
El 7 de abril de 2017, Bloomberg News informó
que Google estaba trabajando directamente con The Washington Post para
«verificar» los artículos y eliminar las «fake news». Esto fue seguido
por la nueva metodología de búsqueda de Google: de los 17 sitios
declarados como «noticias falsas» por la lista negra del Washington
Post, 14 cayeron en su clasificación mundial.
La disminución promedio
del alcance global de todos estos sitios es del 25 por ciento, y algunos
sitios vieron caerlo hasta un 60 por ciento. La sospecha de que Google
se haya aliado con estos medios tradicionales potentes para discriminar a
medios alternativos e independientes cobra fuerza al hilar estos
hechos.
Además de su propio buscador, Google posee el control
de YouTube, empresa que compraron en 2006 (un año después de su
fundación). YouTube paga a los productores de videos a partir de una
cierta cantidad de visualizaciones por colocar anuncios (ads)
sobre ellos, actuando de intermediario entre las grandes empresas y
ellos.
El cambio más serio de YouTube se produjo a raíz de informes como
el de The Wall Street Journal de
que los anuncios aparecían en los videos de YouTube que mostraban
extremismo y odio. Cuando grandes anunciantes como AT&T y
Johnson&Johnson retiraron sus anuncios, YouTube anunció que trataría
de hacer que el sitio sea más aceptable para los anunciantes al
«adoptar una postura más dura respecto del contenido ofensivo, ofensivo y
despectivo».
Con estos nuevos algoritmos, Google perjudicó a
productores de videos progresistas e independientes, provocando lo que
estos denominaron the adpocalypse (apocalipsis de los anuncios).
Básicamente, el
mecanismo implementado terminó por condenar aquellos contenidos
alternativos y empuja a los productores de videos a evitar opiniones o
puntos de vista objetables… según los estándares políticos de Google/YouTube.
Basado
en su estudio, Epstein había cuestionado que Google y Facebook decidan
que noticias son falsas y cuales. Considera que su posición monopólica
los transforma en un super-editor periodístico mundial. Las prácticas de
Google en relación a los algoritmos que regulan los motores de búsqueda
no sólo tuvieron implicancias políticas sino también fines comerciales.
En el marco de su regulación anti-trust, la Comisión Europea multó a Google con
$ 2.7 mil millones por manipularlos para dirigir a los usuarios a su
propio servicio de compras, Google Shopping, haciendo uso de su posición
dominante.
La oscuridad de los algoritmos: problema democrático elemental
Cathy
O'Neil, cientista de datos y autora del libro «Armas matemáticas de
destrucción», alerta sobre la «confianza ciega» depositada en los
algoritmos para obtener resultados objetivos. La arquitectura de
internet tiene una influencia tremenda sobre lo que se hace y lo que se
ve; los algoritmos influyen sobre qué contenido se extiende más en
Facebook y cual aparece encima de las búsquedas de Google.
Sin embargo,
los usuarios no están prevenidos de esto ni capacitados para entender el
modo en que se recolectan los datos y el modo en que estos se
clasifican. Si Free Basics fue criticado por intentar que los
desconectados del Tercer Mundo accedan a una conexión de segunda clase
creyendo que Internet es igual a Facebook, no puede negarse que para la
ciudadanía digital «de primera clase» Google es prácticamente lo mismo
que Internet, pues es la que nos posibilita acceder organizadamente a
los contenidos de ella.
De este modo, la oscuridad de los algoritmos se
constituye en un problema democrático elemental. Tras un decenio de
gobiernos populistas o progresistas en América Latina, no se han tomado
medidas que controlen el poder de estos monopolios de la información, en
tanto que la discusión sobre este tópico se encuentra completamente
atrasada.
Incluso la izquierda de las naciones desarrollados no ha
llegado a proponer un programa de conjunto. Quizás, una de las tareas
más urgente consista en politizar esta cuestión." (Lucas Malaspina, Nueva Sociedad, febrero, 2018)
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