"¿Podemos diseñar y desarrollar un respirador de
código abierto? Con esta pregunta el 11 de febrero se creó un grupo
público de usuarios en la red de Zuckerberg que comenzó llamándose ‘Open
Source Ventilator Project’. Más tarde cambió su nombre a lo que podría
traducirse como ‘Suministros médicos de código abierto para el
covid-19’.
En el momento de escribir estas lineas el grupo cuenta con
casi 14.000 miembros. Nace con la idea de “evaluar, diseñar, validar y
resolver la fabricación de suministros médicos de emergencia médica
libres de patentes por todo el mundo”. Código abierto implica un
producto cuyo diseño esté liberado para que cualquiera pueda hacer uso
de los planos.
Cuando la población más vulnerable afectada
por el covid-19 se encuentra en un estado crítico el respirador es el
aparato que puede marcar la diferencia entre la vida o la muerte, ya que
asiste artificialmente la respiración. No obstante, de todos los tipos
de válvulas que se pueden encontrar en los hospitales tan solo unas muy
específicas son aptas para el tratamiento de pacientes. Este hecho ha
provocado que la demanda de estos componentes se haya disparado.
El caso de Italia y la demanda por patentes
El viernes 11 de marzo en Chiari, localidad italiana en la región Brescia, un hospital declaró que se encontraba sin válvulas para utilizar en los respiradores de la UCI. La empresa que suministraba estos materiales anunció que no tenía tiempo suficiente para suplir la demanda. Desde el hospital decidieron recurrir a la comunidad maker, grupos de personas que experimentan con recursos de bajo coste para diseñar e inventar artilugios útiles para resolver todo tipo de problemas o necesidades.
En cuestión de horas dos miembros de la comunidad, Massimo Temporelli y Cristian Fracassi, consiguieron crear las piezas necesarias para imprimir en 3D, diseñando la estructura desde cero con un coste ínfimo, alrededor de un euro, en comparación con los 10.000 euros que pedía la compañía.
Los makers presentaron las piezas al personal sanitario responsable. Conscientes de que la calidad de sus piezas no igualaba a la de la empresa y no tenían la certificación sanitaria oficial, decidieron probar las válvulas y funcionaron correctamente en todos los casos. Con la impresora 3D se pusieron manos a la obra y regalaron las válvulas al hospital. Este fue el pistoletazo de salida para que otras comunidades makers a lo largo del mundo se pusiesen a disposición de los sistemas sanitarios ayudando con la ausencia de materiales específicos que las empresas no podían suministrar en tiempo récord.
La empresa que suministraba los materiales ha visto en peligro su monopolio sobre la patente de estas piezas por lo que ha decidido denunciar a Temporelli y Fracassi por tratar de replicar su modelo. El tema de las patentes es espinoso, tal y como reconoce Jorge Cuadrado, miembro de la comunidad que radica en Castilla León y reconoce que para él es un hobby.
“La impresión 3D tiene un potencial enorme y en casos de emergencia como este, grupos organizados de voluntarios pueden ayudar. Pero claro, en casos como este se necesita una sincronización con los organismos públicos de sanidad responsables”. La frontera que separa un diseño original de otro imitado o copiado se encuentra desdibujada en estos casos.
Cuadrado lleva en este mundillo 4 años y tiene 3 impresoras en su casa que no dudaría en poner a disposición de los hospitales si lo necesitasen. “Cuando se hizo el llamamiento para pedir material médico yo tenía en el garaje varias cajas de gafas nasales, mascarillas de aeroterapia y circuitos para aparatos respiratorios que llevé a la delegación provincial”.
Sobre el problema de las patentes señala que “la demanda de la empresa italiana no tiene sentido si ellos han rehecho el modelo y lo distribuyen sin ánimo de lucro para salvar vidas, me parece terrible. Si eres una empresa y copias un modelo para comercializarlo puedo entenderlo. También está el hecho de que han demostrado que el producto no tiene un coste de producción que justifique el precio comercial”.
La comunidad maker y AIRE
“Aunque la comunidad maker en sí está muy ligada a otras comunidades como las reuniones de hackers de los 80 y los 90, creo que el movimiento gana una presencia independiente a partir de los 2000”, explica a El Salto Paula de la Hoz, consultora de ciberseguridad, parte activa de la comunidad maker y divulgadora de temas tecnológicos a través del grupo Interferencias. “En esa época nacen las reuniones de makers como núcleos exclusivamente para el desarrollo de proyectos de electrónica. También comienza la publicación de la revista MAKE, un referente para la comunidad”.
Tal y como la define De la Hoz, la comunidad se rige por la cultura del ‘háztelo tú mismo’, DIY por sus siglas en inglés. Al igual que la comunidad hacker, que no se trata de un grupo de encapuchados que conspiran para derribar gobiernos, son personas ante todo curiosas y creativas, con ganas de aprender y desafiarse a sí mismas. “Además la comunidad maker me gusta porque es especialmente inclusiva dentro del ámbito de la tecnología”.
Dentro de las fronteras de nuestro Estado, los esfuerzos se han organizado en torno a la plataforma AIRE, donde cientos de personas expertas y aficionadas se están coordinando, compartiendo diseños y propuestas libres, de código abierto, para ponerlo todo a la disposición de las necesidades del sistema sanitario público.
Según la organización del grupo, se establecen dos grupos de actuación en función a dos etapas del proyecto. En primer lugar, por el momento, los expertos sanitarios e ingenieros que tratarían de diseñar los aparatos para que cumpliesen todos los requisitos necesarios. Este es el grupo autodenominado Reesistencia Team, que informa, el 18 de marzo, haber conseguido el primer prototipo de respirador de código abierto. Tras ello están a la espera de realizar las primeras pruebas con un pulmón artificial.
En caso de llegar a un modelo apropiado y que existiese la necesidad se encuentra la segunda linea del equipo: toda una plantilla de voluntarios aficionados dispuestos a poner sus impresoras 3D al servicio de las necesidades. Señalan que una de las claves es la coordinación por Comunidades Autónomas, que permite atender necesidades concretas lo más cerca posible de los centros.
Desde el inicio advierten que “un mal respirador o un respirador mal usado pueden matar”, de ahí el cuidado en la organización del diseño de piezas. Las personas que se registran como voluntarias son derivadas a distintos grupos específicos de trabajo según su especialidad o herramientas.
A día 18 de marzo se está compartiendo y poniendo en común información técnica y específica sobre el funcionamiento de ventiladores y respiradores, así como la legalidad vigente al respecto. Existen otros tres subgrupos dedicados a la creación y prueba de mascarillas. Destaca también un subgrupo de cuidados y bienestar, donde se ponen a disposición de la comunidad un grupo de personas psicólogas, trabajadoras sociales y terapeutas de forma gratuita.
“La impresión 3D tiene la capacidad de hacer que el modelo de consumo cambie radicalmente. Nos devuelve al momento de reparar y no tirar. Lo que vemos estos días no es más que la punta del iceberg de a dónde podríamos llegar cuando se normalice el uso de estas tecnologías”, reflexiona Cuadrado.
Frente a un estado de alarma que centraliza las funciones para hacer frente a una crisis que ataca a los engranajes del sistema, los flecos y fallos que este pueda tener los cubren comunidades descentralizadas que huyen de las lógicas de mercado responsables, en gran parte, de la indefensión de muchas personas pertenecientes a colectivos vulnerables." (Álvaro Lorite, El Salto, 19/03/20)
El caso de Italia y la demanda por patentes
El viernes 11 de marzo en Chiari, localidad italiana en la región Brescia, un hospital declaró que se encontraba sin válvulas para utilizar en los respiradores de la UCI. La empresa que suministraba estos materiales anunció que no tenía tiempo suficiente para suplir la demanda. Desde el hospital decidieron recurrir a la comunidad maker, grupos de personas que experimentan con recursos de bajo coste para diseñar e inventar artilugios útiles para resolver todo tipo de problemas o necesidades.
En cuestión de horas dos miembros de la comunidad, Massimo Temporelli y Cristian Fracassi, consiguieron crear las piezas necesarias para imprimir en 3D, diseñando la estructura desde cero con un coste ínfimo, alrededor de un euro, en comparación con los 10.000 euros que pedía la compañía.
Los makers presentaron las piezas al personal sanitario responsable. Conscientes de que la calidad de sus piezas no igualaba a la de la empresa y no tenían la certificación sanitaria oficial, decidieron probar las válvulas y funcionaron correctamente en todos los casos. Con la impresora 3D se pusieron manos a la obra y regalaron las válvulas al hospital. Este fue el pistoletazo de salida para que otras comunidades makers a lo largo del mundo se pusiesen a disposición de los sistemas sanitarios ayudando con la ausencia de materiales específicos que las empresas no podían suministrar en tiempo récord.
La empresa que suministraba los materiales ha visto en peligro su monopolio sobre la patente de estas piezas por lo que ha decidido denunciar a Temporelli y Fracassi por tratar de replicar su modelo. El tema de las patentes es espinoso, tal y como reconoce Jorge Cuadrado, miembro de la comunidad que radica en Castilla León y reconoce que para él es un hobby.
“La impresión 3D tiene un potencial enorme y en casos de emergencia como este, grupos organizados de voluntarios pueden ayudar. Pero claro, en casos como este se necesita una sincronización con los organismos públicos de sanidad responsables”. La frontera que separa un diseño original de otro imitado o copiado se encuentra desdibujada en estos casos.
Cuadrado lleva en este mundillo 4 años y tiene 3 impresoras en su casa que no dudaría en poner a disposición de los hospitales si lo necesitasen. “Cuando se hizo el llamamiento para pedir material médico yo tenía en el garaje varias cajas de gafas nasales, mascarillas de aeroterapia y circuitos para aparatos respiratorios que llevé a la delegación provincial”.
Sobre el problema de las patentes señala que “la demanda de la empresa italiana no tiene sentido si ellos han rehecho el modelo y lo distribuyen sin ánimo de lucro para salvar vidas, me parece terrible. Si eres una empresa y copias un modelo para comercializarlo puedo entenderlo. También está el hecho de que han demostrado que el producto no tiene un coste de producción que justifique el precio comercial”.
La comunidad maker y AIRE
“Aunque la comunidad maker en sí está muy ligada a otras comunidades como las reuniones de hackers de los 80 y los 90, creo que el movimiento gana una presencia independiente a partir de los 2000”, explica a El Salto Paula de la Hoz, consultora de ciberseguridad, parte activa de la comunidad maker y divulgadora de temas tecnológicos a través del grupo Interferencias. “En esa época nacen las reuniones de makers como núcleos exclusivamente para el desarrollo de proyectos de electrónica. También comienza la publicación de la revista MAKE, un referente para la comunidad”.
Tal y como la define De la Hoz, la comunidad se rige por la cultura del ‘háztelo tú mismo’, DIY por sus siglas en inglés. Al igual que la comunidad hacker, que no se trata de un grupo de encapuchados que conspiran para derribar gobiernos, son personas ante todo curiosas y creativas, con ganas de aprender y desafiarse a sí mismas. “Además la comunidad maker me gusta porque es especialmente inclusiva dentro del ámbito de la tecnología”.
Dentro de las fronteras de nuestro Estado, los esfuerzos se han organizado en torno a la plataforma AIRE, donde cientos de personas expertas y aficionadas se están coordinando, compartiendo diseños y propuestas libres, de código abierto, para ponerlo todo a la disposición de las necesidades del sistema sanitario público.
Según las actas de la creación del grupo, nace el 13 de
marzo con la idea de preparar un sistema de suministros alternativo de
respiradores en caso de que no hubiese suministro de materiales
comerciales. “4 días y muchas horas de trabajo después hemos conseguido
crear varios modelos que puedan ayudar a muchas personas ante la escasez
de medios de protección homologados”, relatan sus miembros a El Salto.
“Las
piezas que fabricamos para hospitales están validadas por ellos.
Estamos en contacto con ellos en todo momento”, declaran. Uno de los
subgrupos se está dedicando a la coordinación con la Administración, al
frente del cual se encuentra Jorge Barrero, director de la fundación
Cotec, dedicada al análisis y la promoción de la innovación en España,
vinculada también a la Casa Real.
Según la organización del grupo, se establecen dos grupos de actuación en función a dos etapas del proyecto. En primer lugar, por el momento, los expertos sanitarios e ingenieros que tratarían de diseñar los aparatos para que cumpliesen todos los requisitos necesarios. Este es el grupo autodenominado Reesistencia Team, que informa, el 18 de marzo, haber conseguido el primer prototipo de respirador de código abierto. Tras ello están a la espera de realizar las primeras pruebas con un pulmón artificial.
En caso de llegar a un modelo apropiado y que existiese la necesidad se encuentra la segunda linea del equipo: toda una plantilla de voluntarios aficionados dispuestos a poner sus impresoras 3D al servicio de las necesidades. Señalan que una de las claves es la coordinación por Comunidades Autónomas, que permite atender necesidades concretas lo más cerca posible de los centros.
Desde el inicio advierten que “un mal respirador o un respirador mal usado pueden matar”, de ahí el cuidado en la organización del diseño de piezas. Las personas que se registran como voluntarias son derivadas a distintos grupos específicos de trabajo según su especialidad o herramientas.
A día 18 de marzo se está compartiendo y poniendo en común información técnica y específica sobre el funcionamiento de ventiladores y respiradores, así como la legalidad vigente al respecto. Existen otros tres subgrupos dedicados a la creación y prueba de mascarillas. Destaca también un subgrupo de cuidados y bienestar, donde se ponen a disposición de la comunidad un grupo de personas psicólogas, trabajadoras sociales y terapeutas de forma gratuita.
“La impresión 3D tiene la capacidad de hacer que el modelo de consumo cambie radicalmente. Nos devuelve al momento de reparar y no tirar. Lo que vemos estos días no es más que la punta del iceberg de a dónde podríamos llegar cuando se normalice el uso de estas tecnologías”, reflexiona Cuadrado.
Frente a un estado de alarma que centraliza las funciones para hacer frente a una crisis que ataca a los engranajes del sistema, los flecos y fallos que este pueda tener los cubren comunidades descentralizadas que huyen de las lógicas de mercado responsables, en gran parte, de la indefensión de muchas personas pertenecientes a colectivos vulnerables." (Álvaro Lorite, El Salto, 19/03/20)
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