"Dos Ingenieros informáticos de León, Adolfo Salvador y Pablo Campos,
diseñan un brazo robótico por menos de 500 euros. Ellos querían un
trabajo de fin de grado en el que se empleara la impresión 3D y se
sorprendieron al comprobar el resultado final, una prótesis robótica de
bajo coste que permite acercar a todo el mundo este complejo mecanismo
que se mueve con sensores cerebrales y musculares, según informa Diario
de León.
Con un sensor de un juguete y una idea sacada de un programa de
televisión en el que veían a Hugh Herr (Premio Príncipe de Asturias de
Investigación y llamado el hombre biónico), los alumnos de la
Universidad de León Adolfo Salvador Ramos y Pablo Campos Mateos fueron
elaborando su Trabajo de Fin de Grado: un brazo robótico que consigue
hacer accesible esta prótesis al realizarla a través de una impresora
3D.
«Una prótesis robótica buena, hecha a medida puede llegar a costar
decenas de miles de euros y, por desgracia, no está al alcance de
todos», señalan estos jóvenes leoneses, que explican que una de las
condiciones del trabajo era un coste máximo de 300 euros. Su idea
original, que tiene como base el proyecto del francés Gael Langevin, se
centra en una «tecnología muy asequible pero efectiva para los
componentes electrónicos» y señalan que «con un poco más de inversión,
podría mejorarse muchísimo».
El brazo robótico diseñado por estos dos jóvenes, que hasta el
proyecto de fin de grado no habían trabajado juntos, tan sólo cuenta
«con dos sensores musculares y si se aumentaran los dispositivos podría
llegar a tener un movimiento más preciso al leer más músculos», inciden.
Es más, remarcan que su objetivo final no era comercializarlo y que son
conscientes de que su idea de una prótesis a bajo coste puede ayudar a
mucha gente.
«Nuestro proyecto está abierto a todo el mundo, cualquiera
podría construirlo siguiendo nuestros pasos y adquiriendo los materiales
en tiendas de electrónica o en internet», dicen en relación a que todos
los trabajos de fin de grado de la Universidad de León pueden
consultarse en la web de la institución académica. Además, añaden que
gracias a la popularización de las impresoras 3D, «el proyecto puede
llevarse a cabo sin tener que depender prácticamente de terceros».
Ellos son conscientes de que su trabajo para acabar la carrera se ha
quedado un poco corto, a pesar de que su nota final fue un 10. «Nos
hemos quedado con ganas de más, porque el brazo se puede hacer más
sensible con un poco más de inversión, aunque siempre con la idea de que
sea un prótesis a bajo coste», señalan estos jóvenes, que estudiaron
ingeniería Informática y de los que uno ya está trabajando en Madrid y
otro pendiente de concluir un máster, para añadir:
«Tenemos muchas ideas
para mejorarlo, pero como no nos ha salido patrocinador de momento está
en stand by», precisan incidiendo en que las posibles mejores «podrían
llegar a mucha gente que ahora sólo puede acceder a una prótesis
estética».
De hecho, el tribunal que evaluó su trabajo insistió mucho en
la viabilidad de su propuesta, haciendo hincapié también en el coste
final, que no calculan supere los 500 euros, aunque variaría en función
de las necesidades de cada persona.
Las impresoras 3D han sido fundamentales para su trabajo. Con ellas
«se puede crear una pieza a tu gusto y, además, darle una utilidad
real», a lo que añaden que se adaptan «a la perfección». El resto de los
componentes fundamentales de este brazo robótico, que se alzó con el
premio a las soluciones innovadoras para la mejora de la calidad de vida
que organiza el Campus Triangular integrado por las universidades de
León, Valladolid y Burgos, son sensores musculares y cerebrales.
Las exigencias actuales de los trabajos de fin de grado obligaron a
estos dos jóvenes a presentar dos proyectos diferentes aunque el
objetivo final era el mismo. Cada uno de ellos trabajó en los diferentes
sensores para conseguir que su brazo se moviera y facilitara a las
personas que carecen de algún miembro una solución factible y asequible.
Aunque ellos plantearon un brazo para su trabajo, su modelo también
puede trasladarse a una única falange o a una pierna.
«El sensor muscular mide la diferencia de potencial del músculo para
saber en qué momento está contraído y en cuál estirado», explica Pablo
Campos Mateos. Ambos jóvenes estuvieron indagando qué tipo de sensores
eran más convenientes para su brazo robótico y descubrieron que las
posibilidades eran asequibles. En el caso de los sensores cerebrales, su
elemento lo encontraron en un juego de mesa para niños en los que se
tiene que mover una pelota sólo con la concentración.
Tras adquirir el
producto, se quedaron sólo con el sensor y lo adaptaron a su brazo
robótico a fin de que «analizara las ondas que emite el cerebro, para
que se quede sólo con la atención para abrir y cerrar la mano», concreta
Adolfo Salvador Ramos. «La atención de cada persona es diferente y, por
tanto, hay diferentes usuarios. Se podría hacer un estudio personal
para conseguir un equilibrio y hacer el brazo más efectivo», añade.
A medida que el trabajo avanzaba, Adolfo y Pablo ahondaron en la
historia de las prótesis y descubrieron que su evolución ha ido muy
lenta y que ya en la Edad Media había prótesis mecánicas, sin embargo,
el salto final no ha sido hasta estos últimos años, en los que se han
incorporado las nuevas tecnologías.
«El avance de la ciencia y la
tecnología nos permite mirar con otros ojos aquellas herramientas que
nos han ayudado en nuestro día a día como es el caso de las prótesis
convencionales», señalan en el resumen de su proyecto, para incidir en
que pensar en estos modelos «ya es algo anticuado, hay que evolucionar
utilizando la tecnología de la que disponemos en nuestros días y mirando
de cerca a la que está por venir».
Los jóvenes explican que su proyecto, bajo la tutorización de
Francisco Jesús Rodríguez Sedano y Rubén Ferrero Castro —ambos del
departamento de Robótica de la Universidad de León— «resulta bastante
sencillo» porque parten del modelo Inmoov, que es muy sólido.
Por este
motivo, precisan que «lo que más se necesita es una buena base dentro de
la impresión 3D para acelerar el proceso de creación de las piezas que
lo componen; pero una vez resueltos los problemas que puedan surgir en
las impresiones de las distintas piezas el mundo que se abre al juntar
los diseños finales junto con microcontrolador Arduino es inmenso,
solamente limitado por la imaginación y el tiempo de trabajo».
Destacan también estos jóvenes informáticos que la parte más compleja
de su trabajo ha sido lograr que el sensor cerebral funcione como se
requería, para lo que han necesitado muchas horas de ensayo y error
hasta solventar los problemas tanto de señal como de comunicación con el
ordenador. «Incluso una vez resuelto se necesita algo de tiempo para
acostumbrarse a su uso y poder controlarlo como queremos», concretan
Adolfo y Pablo." (Imprimalia, 19/06/18)
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