" (...) Hay tres aspectos que podrían darnos las claves para amortiguar el
cambio inminente y que lo haga menos dramático. Tenemos conocimiento de
que las máquinas aprenden, se estructuran en red y, además, abaratan
todo.
Los robots son la sublimación de la eficiencia y, por ese motivo,
serán capaces de apartar de un puesto laboral a cualquiera que realice
una tarea susceptible de ser sustituida.
El ‘machine learning’
ya no solo es capaz de disponer de algoritmos para procesar en tiempos
casi imperceptibles, sino que lo puede hacer con cantidades de datos
totalmente descomunales hasta llegar a deducir.
No hablamos de lógica
sino de conceptos. No estoy hablando de un capítulo de alguna trilogía
de Asimov, hablo de algo que ya es real, se está derramando por nuestra
vida cotidiana y que representa la capacidad de una máquina para
aprender de la experiencia.
Por otro lado las redes entre máquinas sustituirán las que ahora
suponen el paisaje actual. Redes entre humanos y redes sociales darán
paso a redes entre máquinas. El mundo de los sensores es la antesala. Apostar por empresas
que ahora mismo están desarrollando aplicaciones que permiten el
diálogo entre personas y máquinas o de máquinas entre si, es una buena
apuesta.
En breve los aviones, los hospitales, las compañías
energéticas, el tráfico, las ciudades, algunos procesos administrativos,
la enseñanza y mil campos más retirarán personas e incorporarán
sensores. El salto se avecina y la fisonomía de nuestro mundo no se va a
parecer en nada al actual.
La tercera arista de este cambio tiene que ver con las redes de robots.
Ahora mismo todo esa evolución sigue detenida en el ámbito legal,
político o administrativo. El miedo a perder el control instalado en las
clases dominantes evita que sea real. Ya pasó con la imprenta. Se pensó
que el conocimiento y los avances permitirían a todo el mundo leer y
eso, por derivación, influiría en cultura. Cultura que empoderaba a los
siervos. Sucedió con otras revoluciones. (...)
Ahora, el salto está a pocos metros. Es un salto al vacío del que ya
no podemos tirarnos atrás. En Estados Unidos hay robots que recogen
lechugas por si solos en base a un pedido recibido por Internet. Un
pedido que ha hecho una nevera inteligente. Son los Warehouse que
empresas como Kiva
ya tienen listos y preparados para comercializar.
Su robot-nevera
descubre que falta algo, selecciona el proveedor que no es más que un
software, éste comprueba que no tiene en stock, lo solicita a otro
software que a la vez ‘ordena’ a un robot que lo recoja y que en apenas
unos segundos lo suba a un vehículo autopilotado.
No es ciencia ficción,
repito, verlo como tal es cerrar los ojos a un hecho que ya se está
produciendo con prototipos. En algunas partes de este proceso hay
eslabones que son ya cotidianos por cierto.
Al igual que ricos y pobres serán como siempre ha sido las dos partes
de este pastel, la eficiencia y el ahorro económico mandará en la hoja
de ruta global que vivirá este mundo en muy poco tiempo. Si algo es más
barato, más rápido y más ecológico será.
La velocidad en la que nuestro mundo avanza es de tal magnitud que la
década de los cincuenta del siglo pasado es el pleistoceno. Haced el
esfuerzo, comparad. Pero no lo hagáis mirando Facebook o Google sólo. No
lo hagáis pensando en lo accesorio. No tiene que ver con un ‘likes’, ni
con smartphone, ni tan siquiera con la televisión interactiva, ni
tampoco con los mapas y sus satélites.
No tiene que ver con nada de todo
eso o tiene que ver con todo. No es sólo tecnología, que también, es
comportamiento social. Es la relación de todos nosotros con un mundo
invisible que nos rodea por todas partes y nos atraviesa.
Cada vez son más los productos que pasan a ser servicios por el poder
de la digitalización. El abismo se agrandará entre ambos escenarios
laborales pues mucho de lo que hay que producir ya no es preciso
hacerlo. La última etapa de la automatización va a llevarse por delante
casi todos los empleos conocidos.
De todo esto sólo me preocupa una cosa. Como explica The Economist ‘la
prosperidad desatada por la revolución digital ha ido mayoritariamente a
los dueños del capital y los trabajadores de mayor cualificación.
Durante las últimas tres décadas, la participación del trabajo de la
producción se ha reducido a nivel mundial del 64% al 59%, a la vez que
los ingresos acumulados por el 1% más rico ha aumentado de alrededor del
9% al 22%’ (...)" (
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