"Internet ha revolucionado el intercambio global de información, pero
la gente y la economía siguen dependiendo de la distribución de cosas
tan reales como las sandías, los componentes de la maquinaria y los
ordenadores portátiles, que no viajan por la red, sino por una
inextricable y extremadamente ineficaz urdimbre de barcos, trenes,
camiones y almacenes que se tragan el 15% del PIB mundial, encarecen un
10% los productos y emiten casi la mitad del CO2 que emponzoña la atmósfera.
Una élite científica está promoviendo una Internet de las cosas: una
organización global de las cadenas de suministro inspirada en la web.
Sus ventajas para la eficacia empresarial y el medio ambiente serán
enormes, pero solo si la idea logra vencer las resistencias de la
industria a compartir recursos con la competencia.
La idea tiene dos patas, y la primera es desarrollar algún tipo de
contenedor normalizado que sirva lo mismo para frutas que para discos
duros; sería el equivalente de los paquetes de información en los que se
divide, para viajar, la información que llega a nuestra pantalla,
paquetes que aprovechan cualquier cable disponible pero que al final son
capaces de reunirse y ordenarse en su destino.
Algo similar a estos contenedores ya existe en el transporte marítimo
(y en la parte del transporte ferroviario derivado directamente de él),
pero esas cajas que algunos lectores habrán visto en las afueras de una
estación, al emprender un viaje en tren, resultan por completo inútiles
para llevar los productos por carretera y ciudad hasta su destinatario
final. Lo que se precisa es un nuevo contenedor verdaderamente
universal, válido para el barco y para la moto que lleva el producto
hasta la casa o la empresa.
La segunda pata es la puesta en común de las herramientas y los protocolos, de forma análoga al software
libre en Internet, o a la computación distribuida, como en la nube. No
se trata de que las empresas pasen de competir a cooperar, sino de que
empiecen a competir en el momento correcto: cuando el ordenador de una
marca tiene que medir su calidad y su precio contra el de otra, no
cuando viajan cada uno en un camión medio vacío hacia el mismo destino.
Ninguna de estas estrategias está integrada en la filosofía de las
empresas actuales —ni siquiera en las de logística, como DHL o FedEx—,
pero los números demuestran que serían no solo de gran utilidad para
reducir las emisiones de carbono, sino también para los balances de las
propias empresas y sus empleados.
Los teóricos de la llamada Internet física acaban de reunirse en el primer congreso dedicado a su disciplina, celebrado el mes pasado en la Universidad de Laval, en la ciudad de Québec, y organizado por Benoit Montreuil,
profesor de ingeniería industrial de esa institución canadiense.
La
primera Conferencia Internacional sobre la Internet Física ha congregado
a 200 investigadores y directivos industriales. Montreuil y dos colegas
están a punto de publicar en inglés el libro fundacional de la
disciplina, The Physical Internet: the network of logistic networks (La Internet física: la red de redes logísticas). La revista Science dedica un número especial a la materia.
La investigación de la (mal) llamada crisis de los pepinos
que estalló en la primavera de 2011, causando 50 muertos en Alemania y
un brote secundario en Francia, puso de manifiesto los absurdos
vericuetos en que se enredan las mercancías en nuestros interconectados
tiempos.
La bacteria letal partió de Egipto en 2009 en un buque que
transportaba un cargamento de fenogreco, unas semillas que se usan en el
curry y como brotes para ensalada, y aterrizó en Alemania unos meses
después. La mayor parte viajó hasta un distribuidor alemán que vendía
las semillas a las tiendas donde las compraba el restaurante de Hamburgo
que causó el brote, y unos 400 kilos fueron a parar a un distribuidor
inglés que los dividía en paquetitos y se los vendía a Francia: de ahí
el brote en un colegio francés, que usó un paquetito para hacer la
ensalada.
Lo peor es que hizo falta una alerta sanitaria europea para
llegar a conocer ese itinerario, que hasta entonces era poco menos que
un secreto industrial.
Elevando el foco, la logística es una industria gargantuesca que
mueve 45.000 millones de euros al año y supone el 15% del PIB mundial. Y
su funcionamiento no puede estar más lejos del óptimo racional, si no
de la racionalidad en sí misma.
Un estudio británico de 2004, citado por
Jeffrey Mervis en Science, estudió a 1.000 camiones durante 24
horas con resultados desmoralizadores: solo transportaban bienes el 10%
del tiempo, y el resto se repartía entre una variedad de tareas
ineficaces o improductivas como estar fuera de servicio (25%), cargar y
descargar sin excesiva prisa, a juicio de los evaluadores (14%), o
viajar vacíos (16%), una actividad conocida en el gremio como
“transportar aire”.
La iniciativa de la Internet física “representa un círculo virtuoso
donde todos ganan”, ya sea en aumentar los beneficios o en reducir la
contaminación, concluyó hace pocos años un estudio encargado por la
National Science Foundation de Estados Unidos, que financia un consorcio
entre las universidades y la industria sobre el asunto con sede en la
Universidad de Arkansas en Fayetteville.
La Unión Europea, por su lado,
ha aportado cinco millones de euros al proyecto Modulushca sobre
unidades logísticas modulares, el tipo de contenedores y procedimientos
que necesita la Red física, o Internet de las cosas, para prosperar." (
Javier Sampedro , El País,
Madrid
9 JUN 2014 )
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