Una de las obras de Eyal Gever, artista israelí
"Pocas cosas hay más atractivas para el ojo que una explosión. Es
violenta, efímera, y suele concluir con la danza de las partículas del
objeto que antes existía y ya no. Se podría decir que es sublime. Así es
al menos como lo define, tras años de trabajar con ellas, Eyal Gever.
Este programador informático israelí de 41 años ha encontrado en ese
fugaz momento en el que un objeto se debate entre la existencia y la
destrucción un nicho para su carrera artística.
"Una catástrofe es algo muy bonito. Es algo más grande que nosotros
mismos. Un tsunami, la erupción de un volcán, un accidente de coche
masivo. Es un drámatico momento, todo lo que sabemos sobre la vida y la
muerte se traduce a algo físico, tangible", explica desde su estudio en
Tel Aviv.
"Por eso quiero detener el tiempo y darle la oportunidad a la
gente de interactuar con ello. Para que pasen miedo, pero también para
que entiendan su belleza".
Tras pasar décadas dominando el arte de crear imágenes por ordenador
para diferentes empresas "primero el ejército israelí, luego la suya
privada", Gever decidió abandonar el mundo de los negocios y hacerse
artista. Genera catástrofes en la pantalla y luego las transfiere al
mundo real usando una impresora 3D de un cuarto de millón de euros.
"Creo que es algo nuevo en el arte. Detener imágenes y traducirlas a
esculturas perfectas", prosigue. "No se puede hacer una escultura de un
tsunami porque acontecimientos así son demasiado radicales. Pero gracias
a las matemáticas se pueden meter los algoritmos en un ordenador y
creerte Dios destruyendo lo que tú mismo has creado porque sí".
Quizá tenga que ver el que su ambición artística naciera en ese foco del tánatos que fue Nueva York en septiembre de 2001: "Yo estaba viviendo ahí, intentando crear software
que permitiera a la gente crear algo bonito. Y entonces vi que todo se
derrumbaba. Los edificios.
La burbuja de Internet. Era como un
Apocalipsis del mundo que conocíamos entonces. Y me di cuenta de que el software
termina por ser superado, por morir. Así que, mi deseo de crear algo se
convirtió en una obsesión por algo tangible, por algo que perdure",
recuerda.
Luego explica cómo ahorró durante la década siguiente hasta poder
vender su empresa y entregarse en cuerpo y alma a jornadas de 15 horas
de trabajo junto a la destrucción.
De momento, acaba de darse a revelar,
exponiendo en una galería de Tel Aviv y vendiendo obras a una cantidad
de compradores que no quiere revelar. Mientras no sea en su casa donde
perdure su arte tangible, no está mal." (El País, 22/09/2011)
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