" (...) The next big thing, la cosa de la que todo el mundo habla, es la
tarifa plana para leer. Es la lectura por suscripción, bautizada como el
Spotify de los libros. Si pagando unos 10 euros al mes, tengo acceso a
toda la música del mundo ¿por qué no hacer lo mismo con las novelas o
los ensayos?
Los pioneros han sido 24symbols, con sedes en Madrid y
Londres, que cuentan en su catálogo con los e-books de Anagrama, Roca,
Alba, Impedimenta, Nórdica o Rey Lear. Los libros se pueden leer gratis
si se acepta publicidad, o pagando una cuota.
Frente a esta apuesta independiente, los grandes grupos -Planeta y
Bertelsmann, a través de Círculo de Lectores, empresa en que estos dos
feroces competidores son socios- han lanzado Booquo, un portal que
permite leer e-books y revistas y, además, alquilar películas.
Cualquier usuario puede acceder, pagando por contenidos sueltos, o una tarifa plana mensual (casi de 10 euros, como en 24symbols) que da acceso ilimitado a los e-books y revistas.
Ambos portales permiten accesos simultáneos -para que toda la familia
pueda leer a la vez- pero, si lo comparamos con Spotify, vemos que sus
catálogos son más reducidos. Arantxa Mellado, coordinadora de Liber
Digital, aclara que “cuesta mucho convencer a los editores españoles
para que cedan sus títulos a estas plataformas en streaming, están
acostumbrados a la venta por descarga”.
Si 24symbols paga a las
editoriales según las páginas realmente leídas de cada obra, Booquo
tiene canales temáticos dirigidos por una persona relevante de cada
área: Javier Celaya en el mundo digital, Eduardo Punset en ciencia,
Lorenzo Silva en novela negra…
La creación de comunidades activas supone
un plus con respecto al modelo de descargarse un libro en, por ejemplo,
los portales de La Central, Laie, Casa del Libro o Fnac, aunque, en
contrapartida, en estos lo puede uno encontrar casi todo, al igual que
en la iBookstore de Apple, Amazon o Kobo.
Todo, dentro de lo que existe en e-book, que no es mucho. Los expertos no creen que haya más de 20.000 e-pubs -el formato más universal de libro electrónico- en español, frente a un mercado de varios millones en inglés. “Ese es el gran problema -apunta Mellado-, que no hay contenidos”.
Ese lamento sirve para lo que supone pasar libros ya existentes al
formato electrónico. Pero florecen nuevas empresas que crean
directamente e-books de contenido enriquecido, formato híbrido entre el
libro de toda la vida, lo audiovisual y el videojuego, y que abarca las
apps para teléfonos móviles y tabletas: editoriales como Sanoen,
Arkinauta, La Tortuga Casiopea o Itbook son empresas jóvenes que ven
cómo gigantes como Apple destacan de vez en cuando sus creaciones, a
menudo libros infantiles.
Están creando una nueva forma de leer, pues el lector puede dibujar,
ver vídeos, escuchar canciones, interactuar, ampliar datos… “Eso lleva a
su vez a una forma diferente de escribir -apunta Mellado-.
Los escritores tendrán que empezar a pensar en eso, porque esos niños que leen en iPad, conforme vayan creciendo, mantendrán su exigencia de productos más elaborados.
Hablamos a largo plazo, porque para mí es inconcebible leer una
novela que no sea una sucesión de texto, pero estas generaciones…”.
Noemí Pes, de La Tortuga Casiopea, cuenta que “al principio los
ilustradores no creían en esto: ‘Es como si me hiciera una operación de
cambio de sexo’, me dijo uno.
La industria del libro en papel trabaja de
un modo individualista, el autor hace el texto y el ilustrador los
dibujos, cada uno en su casa, pero en los libros digitales se trabaja en
equipo, el ilustrador tiene que estar hablando con el programador, el
diseñador, el escritor… Se parece más a la publicidad o el cine, con
tormentas de ideas y debates constantes”.
El vasco Javier Celaya, de la consultora Dosdoce, es uno de los gurús
de la edición digital. Apunta, incluso, el interés para un lector
tradicional de este nuevo modo de leer, pues “mientras estás leyendo un
ensayo, por ejemplo, se te abre un recuadro en la pantalla que te
recomienda otras lecturas para complementar eso, te dice: ‘Si quiere
conocer la tesis contraria a esta, lea este fragmento del libro tal’”.
Y apunta otras vías de negocio como la fragmentación de contenidos -”ya lo hacía Dickens, novelas en entregas semanales”-, la venta de singles -”libros cortos, que se leen en una hora, a muy bajo precio”- o algo que permite la tecnología, como “vender los libros por piezas, solo algunos capítulos que sumamos a los de otro libro, lo que hacen los universitarios con las fotocopias”.
El zarandeo tecnológico tiene una consecuencia inevitable: la
confusión de funciones. Antes, el autor escribía, el agente vendía, el
editor editaba, el librero vendía… “La cadena de valor del libro era
clara y vertical.
Si se rompía un eslabón se rompía todo”, sintetiza
Mellado. Pero, hoy, todos pueden hacer de todo: el autor puede editarse,
los agentes corrigen y sugieren cambios a los manuscritos de sus
autores, los editores venden derechos…
“La tecnología permite la conexión directa entre autor y lector
-apunta Mellado-. Así que, si el escritor pasa por otros puntos
diferentes, es para enriquecer el resultado, ya no es una cadena de
valor, sino una red”.
Lo sabe Ángel María Herrera, director de Bubok,
que afirma, acerca de su identidad: “No sé muy bien lo que somos, nos
han llamado de todo, y no siempre cosas bonitas, pero la realidad es que
hacemos de editores, agentes, libreros, distribuidores, prestamos
servicios…”
Si J. K. Rowling ha creado la web Pottermore, donde vende directamente los libros de Harry Potter, queda claro que cualquier autor superventas puede hoy fundar su propia editorial en internet para vender sus libros. “Es un toque de aviso para los editores”, cree Mellado.
“Vázquez Figueroa se vino a autoeditarse con nosotros en Bubok
-recuerda Herrera-, porque alguien que ha vendido 80 millones de
ejemplares, se trae a sus lectores consigo a dondequiera que vaya”.
Celaya dice que “los editores deben dar mejor servicio a sus autores y a
sus lectores, centrarse en ellos.
Por ejemplo, deben ofrecer a los
escritores una mayor transparencia en las cifras de ventas porque en las
webs ya los tienen en tiempo real. Y, con las tarifas planas, se le
puede decir a un autor: ‘Mira, no sé qué pasa, que todo el mundo se
atasca en el capítulo seis de tu libro’…”.
Para Celaya, en el mundo digital, las editoriales no podrán pasar sin
dar un plus a sus autores (por ejemplo, en promoción y visibilidad) ni a
sus lectores (por ejemplo, creando clubs de lectura en la red).
No es,
dice, que las nuevas tecnologías se lo vayan a comer todo, sino que
“sobrevivirá el que fragmente: el que tenga un tercio de sus ventas en
librerías tradicionales, un tercio en plataformas digitales como iTunes o
Amazon, y un tercio de venta directa, otro tabú que algunos deberán
romper.
El editor es necesario, para cribar el producto y afianzarlo en el
mercado, pero debe dar al autor toda la información que tiene y todos
los servicios que ya le dan las plataformas. Debe dejar de tratarlo como
a un subordinado, y verlo como un socio”. (En Positivo, La Vanguardia)
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