"El mar de invernaderos de Almería es el lugar perfecto para usar el CO2. Con 26.500 hectáreas bajo plástico, las necesidades de CO2 son potencialmente enormes. El dióxido de carbono inyectado en los invernaderos aumenta el rendimiento de los cultivos. Y no sólo eso. La existencia de un sector altamente tecnificado (la campaña 2008-2009 generó una producción por valor de 1.321 millones euros, el 56% exportado) hace que los agricultores, empresarios en todos los sentidos, no teman a la innovación.
Por eso la consultora especializada Besel estudió para Endesa, en un proyecto financiado por el Gobierno, cómo usar allí el CO2 que emite la central térmica de carbón de Carboneras, a unos 100 kilómetros de El Ejido. "Cuando les contamos a los agricultores las ventajas del CO2, al principio les sonaba a ciencia-ficción", recuerda Carlos Reparaz, director del Departamento de Medio Ambiente de Besel, en la sede de la empresa a las afueras de Madrid. Desde la ventana se ve la inusual estampa de un rebaño de ovejas pastando. Pero cuando las ventajas llegaron a todos los rincones, los dueños de los invernaderos quisieron que les construyeran un tubo desde la chimenea de Carboneras, algo que resultó demasiado caro.
En realidad, el concepto es tan simple que basta con regresar a la biología escolar. Las plantas toman dióxido de carbono del aire y, tras realizar la fotosíntesis, devuelven oxígeno. Los animales, justo lo contrario. Así, el CO2, que en la atmósfera retiene parte del calor que emite la Tierra y calienta el planeta, puede servir para alimentar plantas y algas y acelerar su crecimiento.
Manuel Tallón, técnico de la empresa Hortichuelas, conoce de primera mano las ventajas del gas. "Si se quiere dar utilidad al CO2, este es un buen lugar. Es bueno para el campo porque muchas veces en los invernaderos la falta de CO2 es lo que limita el crecimiento", explica en El Toyo (Almería), donde la empresa para la que trabaja tiene uno de los invernaderos más tecnificados de España. Un tanque de propano sirve para calentar el invernadero las noches en que la temperatura baja por debajo de los 10 grados centígrados. Otro tanque de CO2 líquido libera el gas durante el día para favorecer la fotosíntesis.
Cuando se le pregunta a Tallón si tanta tecnología afecta al sabor de los tomates, él no lo duda. "Tome uno. No hay ni que lavarlo, porque usamos muy pocos fitosanitarios. Yo me los como así". En efecto, el tomate cherry, que crece en unos dos meses y que irá directamente a la exportación, está dulce. Unas cajas de cartón repartidas por todo el invernadero contienen los abejorros que polinizan el fruto.
Un ordenador controla todos los parámetros: temperatura interior y exterior, humedad, concentración de dióxido... Si hay demasiada humedad, el ordenador abre las ventanas cenitales para airearlo y paraliza la inyección de CO2 para que no se pierda.
"En la calle, la concentración de CO2 es de unas 370 partes por millón, pero en un invernadero cerrado puede bajar hasta las 100", explica Juan Carlos López, investigador de la estación de las Palmerillas, un centro de la Fundación Cajamar junto al océano de plásticos de El Ejido para desarrollar tecnología aplicable a los invernaderos. Después de todo el día de crecimiento, si no se abre el invernadero, la falta de CO2 llega a limitar el crecimiento de las plantas. Si se abre el invernadero para que vuelva a entrar, se pierde temperatura, algo que tampoco es bueno.
El invernadero que muestra Tallón no retira CO2 de la atmósfera, simplemente lo compra de una empresa y lo inyecta cuando hace falta para que la concentración de dióxido en el interior sea la adecuada. Pero demuestra que hay un mercado.
Por eso los investigadores le dieron una vuelta de tuerca al sistema. Entre los 32 invernaderos con distintos proyectos de investigación de la fundación, López señala el proyecto desarrollado junto a Besel. Los tallos y hojas, restos de los invernaderos, se desecan y se convierten en biomasa. Forman una especie de pildoritas marrones que se queman en una caldera. No falta materia prima porque en Almería se producen al año 1,7 millones de toneladas de residuos vegetales.
Esa caldera calienta el invernadero por la noche y en un tanque separa el CO 2 y lo vierte a un depósito de 8.000 litros. Por el día lo inyecta. Este sistema sí que cuadra el círculo y retira CO2 de la atmósfera. "Realmente así sí quitamos CO2 del aire", resume López.
En cada metro cuadrado de invernadero se pueden inyectar al año entre cinco y ocho kilos de CO2, de los cuales un 70% lo absorben las plantas y el resto se pierde. "El sistema mejora la cantidad, pero sobre todo la calidad del producto", explica el investigador paseando entre los distintos proyectos de la estación experimental. La tecnología es amplia: desde nuevos suelos que absorban más calor a invernaderos más altos.
"La inyección de calor y CO2 aumenta la producción alrededor de un 40%", añade López, aunque varía con el año. Si la temporada es fría, la diferencia es mayor porque se nota más el efecto de la calefacción. Además, el fruto madura antes, lo que da ventaja a este tipo de invernaderos frente al resto de productores. Según los cálculos del proyecto de investigación, el gasto en biomasa de este sistema es de 1.990 euros por hectárea, pero en propano sería de 6.900 y 7.200 para el caso del gasóleo. Reparaz insiste en que "no es un sistema de captura, sino de aprovechamiento de CO2". Es decir, que las cantidades retiradas no son comparables a las que se pueden obtener con el secuestro y almacenamiento geológico subterráneo de CO2, el gran esfuerzo de la industria y las autoridades." (El País, ed. Galicia, Vida y artes, 05/04/2010, p. 26)
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