"Desde hace tiempo se habla ya de la evolución del internet en las
próximas décadas, la llamada Web 3.0. Pero quizá conviene explicar
primero cómo es que llegamos hasta aquí.
El concepto de Web 1.0
se utiliza solamente para referirse a los inicios del internet, con
ARPANET, de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados (ARPA o
DARPA) del Departamento de Defensa de Estados Unidos (EU) desde 1966. El
primer mensaje enviado por el equipo de la Universidad de California en
Los Ángeles (UCLA), liderado por Leonard Kleinrock, al todavía
Instituto de Investigación de Stanford, dependiente de esa universidad
(que después se convierte en instituto privado a partir de las protestas
en contra de la Guerra de Vietnam) tendría lugar el 29 de octubre de
1969, evento próximo a cumplir 50 años. Es el tiempo de la invención de
los microprocesadores (el Intel 4004, en 1971) que dan origen a las
consolas de videojuegos (Space Invaders, 1978) y las computadoras
personales (IBM PC, en 1981).
La Web 1.0 se define por la poca
cantidad de usuarios que creaban contenido, en páginas web estáticas una
vez ya creadas, con las que no había prácticamente ninguna interacción.
Su última etapa es el auge del servicio de alojamiento gratuito de
páginas web GeoCities (en 1994, adquirido por Yahoo! en 1999). Para
cuando se cierra el servicio para Estados Unidos (EU) y Europa en 2009,
contaba con 38 millones de páginas alojadas.
Sin embargo, para
1989, el ingeniero computacional inglés Tim Berners-Lee, miembro de la
Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN) con sede en
Ginebra, Suiza, ya tenía la idea de un sistema de documentación general
(URLs), llamado World Wide Web, dado a conocer en 1991, el cual podría
verse en un navegador que relacionaría las páginas a través de enlaces
(el hypertexto como tal). Estas páginas permiten un formato mucho más
dinámico (HTML). Por su parte, Larry Page y Sergey Brin fundan Google en
1998. Se estima que para el año 2000 había más de 700 millones de
usuarios de internet en el mundo.
La Web 2.0 se define sobre
todo porque el contenido en la red es creado por los mismos usuarios
('user-generated content'), no ya como meros observadores, sino como los
verdaderos protagonistas de dicho espacio. Esto da paso a la creación
de blogs (un ejemplo 'curioso' en el ámbito político es el de The
Huffington Post, en 2005), páginas wikis (Wikipedia, 2001), vídeos
(YouTube, 2005), foros (Reddit, 2005) y redes sociales (Facebook, 2004).
En principio, todos los usuarios tienen una voz en la red, lo
que genera una democratización en la producción de contenido. Esto
provoca, también en parte, la crisis en la que se encuentran los medios
de comunicación dominantes en la actualidad. La Web 2.0 también da lugar
a las plataformas de comercio electrónico.
Hay que aclarar,
sin embargo, que los conceptos de Web 2.0 y 3.0 que manejamos en este
artículo son distintos a los que propone Berners-Lee, que piensa más el
futuro de la red en términos del procesamiento automático de la
información a través de un modelo de metadatos añadido a su propio
sistema de documentación (‘semantic web’). Por cierto, Berners-Lee
continúa abogando por la entrega gratuita de información (‘data’) para
el bien general, lo que, como veremos más adelante, en realidad entra en
conflicto con el concepto de Web 3.0 que aquí proponemos.
En
2005, se consideraba que la red había llegado a mil millones de
usuarios, mientras que 3 mil millones tenían acceso a la telefonía
celular, la cual llegaría a dos tercios de la población mundial en 2010.
Para el 2016, la mitad de la población (3 mil 600 millones de personas)
tenía acceso a la red. Ese año se llegó a mil millones de páginas web
en internet. En la actualidad, se calcula que hay mil 300 millones. Tan
solo el año pasado, Facebook tenía 2 mil 200 millones de usuarios
activos, aunque la empresa ha reconocido que un 10% de las cuentas
pueden ser falsas.
II. Los problemas en el desarrollo de la Web 2.0
Son varias las implicaciones políticas y económicas del uso del internet en la actualidad, en tanto que Web 2.0.
El internet debe verse como una extensión exitosa sin precedentes de
los sistemas de comunicación creados por la humanidad a escala global.
La cantidad de posible información que un usuario regular recibe,
produce o comparte a través de la red, haría palidecer a cualquier élite
que se considerara bien informada o bien comunicada en siglos pasados.
Dejamos de lado las consecuencias de todo este proceso para la
evolución de nuestro sistema cognitivo y el lenguaje. Digamos solamente
que si la aparición del lenguaje (al menos hace 100 mil años) y la
escritura (hace 6 mil años) han transformado completamente nuestra
inteligencia, el proceso de tecno-alfabetización en curso y las nuevas
técnicas de aprendizaje que se desarrollarán en este siglo potenciarán
nuestro sistema cognitivo general de maneras que apenas podemos
vislumbrar.
Estudios como Tufekci & Wilson (2012) en el
ámbito académico han señalado la importancia de los blogs y las redes
sociales (Facebook y Twitter) en los movimientos sociales que dan lugar a
la primavera árabe (2010-2012), en especial, el caso de Egipto en 2011.
Sin embargo, es necesario hacer una distinción clara entre transmisión
de información y participación / organización política, a riesgo de
sobrevalorar la capacidad de las redes sociales hoy en día. Quizá no
estemos lejos de la creación de una 'red social' para tal propósito,
pero no es la función que han de cumplir este tipo de páginas en la
actualidad. Como evidencia, las diversas consecuencias políticas que
tuvieron este tipo de protestas, con la guerra civil en Siria como el
caso más trágico.
Algunos efectos negativos 'menores' de la Web
2.0 son la sobrecarga de información (tratado ya por Maes, 1995),
adicciones relacionadas y cómo esos sitios web están diseñados para
retener la atención de los usuarios el mayor tiempo posible (Davenport,
2001). Al respecto, conviene escuchar al activista Tristan Harris, quien
trabajó en Google como diseñador de ética durante tres años.
Sin embargo, el principal problema de la Web 2.0 fue explicado desde
hace varios años por el ingeniero computacional Jaron Lanier y es que la
entrega gratuita de la información en masa que producen los usuarios de
la red, quizá con la idea de colaboración que provenía del movimiento
de software libre, encabezado por Richard Stallman, a cambio del acceso a
ciertos servicios o 'beneficios’ extras, en realidad produce una mayor
concentración de poder y ganancias por parte de estas empresas,
verdaderos monopolios digitales, sin que haya una redistribución
económica de por medio. Lanier explica que en un principio se creía que
con internet, como herramienta que democratizaba la comunicación, se
evitaría de alguna manera que volviera a darse tal concentración de la
riqueza. Ahora sabemos que no sucede así.
La perspectiva de
Lanier cobra mucho más valor por su participación como asesor en la
creación de varios de los modelos computacionales que utilizarían
distintas empresas e instituciones financieras, que 'cayeron en la
tentación' de maximizar sus ganancias a través estos modelos
computacionales 'perfectos', que abren la posibilidad de externalizar
todos los costos al resto de la sociedad, un modelo de negocios que
calcula cómo evitar al máximo los riesgos y las pérdidas, pero que
evidentemente es insostenible a largo plazo, dado que reduce el mercado
en vez de ampliarlo, sin mencionar los impactos para el proceso de
producción y el medio ambiente.
Lanier pone el clásico ejemplo
de la comunidad artística musical, pues está involucrado directamente en
el medio, pero el ejemplo puede ampliarse a otros ámbitos: en un mundo
en donde los servicios en línea se distribuyen gratuitamente, a los
creadores de contenido se les paga menos por sus creaciones, lo que en
una tendencia a largo plazo los empobrece y los aleja de la 'clase
media' a la que deberían pertenecer.
Como si este fenómeno no
fuera ya lo suficientemente grave, nos encontramos ante una etapa en la
que se agudiza una tendencia histórica mucho más amplia: el desempleo
tecnológico (technological unemployement), que puede rastrearse en la
etapa moderna a los inicios de la industrialización del Imperio
Británico (que acaparaba las riquezas y recursos que provenían de las
colonias a nivel mundial), en donde las máquinas hacen más barato o
reemplazan por completo a la mano de obra, lo que hace innecesarios a
grandes sectores de la población económicamente activa.
Esta
tendencia es lo que en parte da origen a la organización de sindicatos y
a la huelga como principal método de negociación de los derechos de los
trabajadores, y que llegó al extremo del ludismo, el caso emblemático
de los trabajadores textiles británicos entre 1811-1813, como un
antecedente del terrorismo en contra de las nefastas consecuencias de
provocaba el capitalismo industrial y el liberalismo de mercado (Adam
Smith, 1776), apoyado por los avances tecnológicos.
No nos
detendremos demasiado en las propuestas para solucionar los problemas
que provocarán estos dos fenómenos, solo diremos que se sigue
extendiendo cada vez más la idea de una renta o ingreso básico para
todos, también en la forma de un impuesto negativo, como fue propuesto
por Milton Friedman en 1992.
El hecho es que el modelo
económico que promueven en la actualidad los monopolios digitales es
insostenible, al tiempo que se preven oleadas masivas de desempleo por
los avances de la inteligencia artificial en las próximas décadas, todo
lo cual alcanzará a cada vez más sectores productivos de la sociedad en
la clase media y alta (Frey & Osborne, 2013). La histórica
incapacidad y falta de voluntad de nuestro sistema político-económico
para abordar este tema de manera honesta y abierta es más que evidente;
aún así, cada vez es más urgente proponer una solución estructural que
proteja a la mayoría de la población.
En cualquier caso, la
creciente desigualdad no es el único problema que enfrentamos con el uso
del internet en nuestros días. El otro preocupante fenómeno es el hecho
de que pareciera que la información personal que recaban estos
monopolios digitales se vuelve en contra de sus propios usuarios, en dos
sentidos: por medio de la vigilancia institucional y por la propaganda
comercial / política que se les envía, a partir de su comportamiento
cuando están en línea.
El caso más emblemático de monitoreo o
vigilancia (surveillance), por parte del gobierno a través de estas
grandes empresas, son las revelaciones de espionaje del contratista para
la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) de EU, Edward Snowden en 2013, a
los periodistas Glenn Greenwald (The Guardian) y la también directora y
productora Laura Poitras (ambos fundadores del portal The Intercept),
entre otros.
En ese sentido, hace algunas semanas, Edward
Snowden escribió en Twitter, respecto del escándalo de la recolección de
información de 87 millones de usuarios de Facebook por parte de la
firma consultora Cambridge Analytica para influenciar la opinión de los
votantes en diferentes elecciones: “Las empresas que hacen dinero
recopilando y vendiendo registros detallados de las vidas privadas de
sus usuarios alguna vez fueron descritas como 'compañías de vigilancia’.
Llamarlas 'redes sociales' es el engaño más exitoso desde que el
Departamento de Guerra se convirtió en el Departamento de Defensa de
EU”.
Por supuesto, los ejemplos más salientes de decisiones
políticas ‘democráticas’, cuasi-absurdas, en cierto sentido manipuladas
por los oscuros intereses de las más diversas élites, son el Brexit
(salida de la Unión Europea) de Gran Bretaña y la elección de Donald
Trump en 2016 en EU. En su última conferencia en TED Talks, de este mes,
Jaron Lanier continúa denunciando el ‘inocente’ modelo de negocios de
Google y Facebook, basado en anuncios publicitarios —el único que les
permite ‘ofrecer sus servicios’ de manera ‘gratuita’—, pues gracias a la
captura de datos de sus usuarios y a los cada vez más eficientes y
poderosos modelos computacionales que desarollan, han logrado construir
el monstruo perfecto, con el inconfesable objetivo de influenciar o
directamente modificar el comportamiento comercial / político de sus
usuarios, solo para poder generar aún más ganancias.
Sirva esto
como un breve resumen de los principales aspectos negativos que entraña
la Web 2.0. Gracias a la red, como principal canal de comunicación, los
ciudadanos tienen cada vez más claridad sobre la creciente desigualdad
económica y las prácticas nocivas de las élites corporativas dominantes a
nivel internacional; sin embargo, incrementa de igual manera su
frustración, ante la impotencia que les provoca no tener el suficiente
poder político para presionar y lograr un cambio de rumbo, cuando ya es
evidente el naufragio al que todos nos dirigimos. Es así que llegamos al
inicio de una nueva etapa: la Web 3.0.
III. Irrumpe una nueva tecnología: la Web 3.0
Un individuo (o grupo de individuos) que se hace llamar Satoshi
Nakamoto (un genial pseudónimo con varios significados en japonés)
publica en la red, el 31 de octubre de 2008, en plena crisis financiera
global, la documentación técnica para la creación de una moneda digital
'descentralizada', esto es, que no necesita de ninguna autoridad o banco
central para su administración. Dos meses después, el 3 de enero de
2009, publica el software de código abierto que hace posible su uso. ¿Su
nombre? Bitcoin.
A partir de entonces, hemos tenido que
empezar a replantear el concepto de 'moneda' que tenemos desde hace
siglos, en tanto que intercambio abstracto de valor dentro de una
comunidad organizada (parte central de lo que implica por ejemplo, la
creación de los estados-nación modernos), uno de los acuerdos más
antiguos en la historia de la humanidad, a partir del cual se organiza
la sociedad, que antecede incluso al lenguaje escrito… y que quizá haya
potenciado su aparición. En la actualidad, se estima que Bitcoin tiene
entre 3 y 6 millones de usuarios, y su número va en aumento.
El
concepto de Bitcoin es ya de por sí complicado, así que vayamos por
partes. Lo primero que hay que entender en perspectiva es que la genial
idea de una moneda descentralizada (mi preferencia es por el término
'distribuida', más general, como podrá leerse de aquí en adelante) es
solo una aplicación (una ‘moneda', no poca cosa) de lo que Satoshi
Nakamoto en realidad había logrado crear como base para el buen
funcionamiento de Bitcoin: un sistema de registro (un 'libro de
contabilidad' distribuido o compartido) dentro de la red de usuarios que
permite verificar la validez de las transacciones, en el entendido de
que una moneda, cualquiera que esta sea, simplemente no puede existir si
no se le ofrece a sus usuarios la seguridad de que todas las
operaciones pasan por un cierto proceso de autenticación. Como hemos
dicho, este sistema de registro, en tanto que descentralizado, no
requiere de ninguna autoridad que administre las transacciones. ¿El
nombre de dicho sistema? Blockchain.
Evitaremos entrar a los
detalles técnicos del igualmente complejo sistema blockchain. Baste
decir que este sistema de registro logra resolver por vez primera el
difícil problema computacional que implica verificar la validez de las
transacciones digitales que se realizan entre pares (llamado el
‘problema del doble gasto’ y que implicaría la creación de dinero
fraudulento). Gracias a su diseño, resulta sumamente complicado
(‘computacionalmente impráctico’, dice Nakamoto) falsificar cualquier
operación, lo que lo hace un protocolo seguro —mucho más seguro que la
mayoría de los sistemas informáticos que tenemos hoy en día—,
transparente y sincronizado entre todos los usuarios.
Esta son
las características que realmente permiten eliminar de la ecuación al
intermediario, por ejemplo, al gobierno o banco central, como
institución del estado que ejerce la autoridad monetaria para regular
nuestros intercambios económicos y que obtiene ganancias asimétricas
crecientes por llevar a cabo este trabajo. Pasamos del dinero generado
por las instituciones nacionales al dinero basado en la colaboración
digital.
Algunos lo han llamado el 'protocolo de la confianza' (trust
protocol). Quizá sea exactamente lo contrario: no es necesario confiar
en los demás usuarios, la mayoría desconocidos entre sí, porque todo
está en el 'libro de contabilidad' que posee cada uno, la base de datos
que constantemente verifica la legitimidad de las transacciones. Es, en
todo caso, confianza en la arquitectura que proporciona esta red
colaborativa.
Ya ve usted que con esto tenemos que comenzar a
plantearnos algunas preguntas un tanto incómodas, que hacen tambalear
los propios fundamentos de nuestra sociedad: si no es necesario el
estado para regular la política monetaria... ¿para qué es entonces
realmente necesario?
Apenas se empezaban a discutir las
implicaciones de tener una moneda que no requiere de una autoridad
bancaria o gobierno central, cuando aparece el programador
ruso-canadiense Vitalik Buterin, de 19 años, quien en retrospectiva da
el salto 'lógico' y propone una versión modificada del protocolo de
Nakamoto, de manera que, ahora, se pudiera utilizar este mismo sistema
de registro y un protocolo programado para poder construir otro tipo de
aplicaciones. ¿Su nombre? Ethereum, puesto en marcha el 30 de julio de
2015.
Ethereum es una plataforma específicamente diseñada para
construir aplicaciones distribuidas ('dapps') teniendo como marco el
sistema de registro descentralizado blockchain. Pues bien, empecemos a
pensar qué tipo de 'servicios' serían mucho más eficientes si
dependieran no ya de una institución central reguladora, sino de un
sistema de vigilancia distribuida entre la red de sus usuarios. ¿Alguna
idea?
Estas son algunas de las propuestas que están en
desarrollo en este mismo momento. Sin entrar en demasiados detalles, más
allá de lo que hemos explicado, esta disruptiva tecnología sin duda
tendrá repercusiones en el ámbito comercial, bancario y financiero.
Tiene consecuencias para los 2 mil 500 millones de personas que no
tienen acceso a servicios bancarios (4 mil millones con servicios
bancarios limitados), pero que podrían hacer transacciones fuera de los
circuitos establecidos si cuentan con un teléfono celular y acceso a
internet.
¿Qué sucederá, por poner un pequeño ejemplo, con compañías
como Western Union, que cobran grandes cantidades de dinero por las
transferencias que envían los migrantes a sus países de origen? Si no
desaparecen, las más diversas industrias que ahora juegan el papel de
intermediarios deberán replantearse su labor dentro de la sociedad.
Se habla mucho del modelo de empresas como Airbnb (2008) y Uber (2010),
en la llamada economía de consumo colaborativo, pero la verdad es que
estas empresas se llevan todavía una gran tajada por ofrecer dichos
servicios. ¿Qué sucederá cuando se popularice una aplicación con un
sistema de registro distribuido, sin estos intermediarios, para
compartir, como se hace ahora, un viaje o una habitación?
Esta
tecnología puede permitirnos reemplazar también a las actuales redes
sociales y demás plataformas (que como se ha explicado, se enriquecen
con los datos y la generación de contenido de sus usuarios), para
utilizar, en su lugar, aplicaciones distribuidas en donde podremos no
solo volver a controlar el uso y la privacidad de nuestros datos (en
aspectos como el registro de identidad y la propiedad, pensando en la
protección de los derechos individuales), sino también empezar a
monetizarlos (micro y macro-pagos) cada vez que los utilice un tercero,
de la misma manera en que se puede asegurar una compensación para los
creadores que suben sus productos a la red, el problema general antes
descrito por Lanier, responsable en parte de la creciente desigualdad
económica. En efecto, se está hablando de una masiva descentralización
de la red.
Finalmente, empiezan a discutirse sistemas de
votación y gobernabilidad que utilicen esta misma tecnología. ¿Qué
sucederá cuando los ciudadanos tengan un sistema de toma de decisiones
en línea (e-vote), a nivel local, nacional o internacional, todo el
tiempo a su disposición, el cual permita el registro de los votantes,
verificación de identidad y conteo transparente, al tiempo que se
asegura el voto secreto de los participantes? Es la idea, por ejemplo,
de Democracy Earth Foundation, del emprendedor y programador argentino
Santiago Siri, entre otras propuestas. Los resultados para los políticos
y gobiernos latinoamericanos serán de pronóstico reservado.
En
la actualidad, ya existen aproximadamente 900 ‘dapps’ (aplicaciones
distribuidas), cada una dedicada a trastocar una industria en
específico. La tarea ahora es que la comunidad en internet empiece a
conocerlas para que se extiende su uso. Como diría el clásico: la
revolución no tocará nuestra puerta ni será promovida a través de los
medios e instituciones para los cuales este mismo tipo de tecnología
representa una amenaza, una competencia. No serán tampoco en esta
ocasión los actores revolucionarios tradicionales quienes la habrán
iniciado: ahora tenemos que voltear hacia la comunidad en internet que
está trabajando colectivamente para facilitar la transición hacia un
mundo descentralizado.
Sin que haya completa conciencia de
esto, hemos entrado a una nueva etapa en la historia, en donde de alguna
manera tendrá que redefinirse el contrato social renacentista, tal y
como fue planteado en la teoría política clásica por Hobbes (1651),
Locke (1689), Rousseau (1762) y Kant (1797). En todo el planeta, vemos
instituciones fallidas, corruptas, que lograron funcionar en otra época,
la época previa a la aparición del internet, pero que ahora están en
crisis y son incapaces de adaptarse a una sociedad 'global', que está
cambiando.
En vez de depositar la gobernabilidad y la
regulación en instituciones centrales (locales e internacionales),
creadas en el marco de los antiguos estados-nación, las nuevas
generaciones verán el surgimiento de una alternativa para la
organización social, tanto en el ámbito público como privado, a través
de estos modelos distribuidos en la red, con un sistema de rendición de
cuentas abierto, neutral, verificado y controlado siempre por todos los
usuarios.
Esto, por supuesto, no quiere decir que dicha
tecnología es la panacea, el remedio y solución para todas las cosas.
¿Hay demasiadas expectativas, mucha publicidad exagerada? Por supuesto.
Habrá que enfrentar, además, muchas reticencias y oposiciones por parte
de los grandes poderes establecidos, que no van a desaparecer así nada
más porque sí... Se diseminará mucha información errónea y propaganda al
respecto, una batalla que ya ha comenzado a darse. Son apenas los
primeros años de su desarrollo y solo con el tiempo empezaremos a darnos
cuenta de sus verdaderas posibilidades, sabremos para qué sirven y para
qué no. Se cometerán muchos errores al implementar estas aplicaciones,
porque las innovaciones nunca son perfectas, y seguramente generarán
otros problemas. Pero por el momento, el futuro de esta tecnología sigue
siendo una hoja en blanco, una historia que vale la pena contar.
En las próximas décadas, los viejos actores dominantes deberán
adaptarse o sufrir las consecuencias de oponerse a los vientos de cambio
que desde hace décadas genera internet y las nuevas generaciones de sus
usuarios. La idea de una revolución tecnológica que pugna por una mayor
justicia social vuelve a recorrer el mundo. ¿Qué debemos o podemos
hacer ante ello? Lo menos, como siempre, es mantenernos informados." (Carlos F. Diez Sánchez
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