"Como en otros movimientos semejantes, en la protesta turca hay
elementos específicos al país y rasgos genéricos que caracterizan las
nuevas formas de cambio social y político en nuestro mundo.
Lo
específico es que no se trata de una movilización contra la crisis
porque la economía crece y las condiciones de vida mejoran aunque con
mayor desigualdad social. El nivel de educación ha aumentado
considerablemente y la tradicional tutela del ejército sobre la
democracia se ha relajado.
Pero la sutil islamización del Estado,
reflejo de la cultura mayoritaria en el país, sobre todo en las zonas
rurales feudo de Erdogan, ha ido acentuándose hasta entrometerse en la
vida privada de una juventud que no acepta que le digan cómo tiene que
vivir.
Aunque no se trata de un movimiento secular en contra del
islamismo dominante, sino de una amplia protesta popular contra el
ordeno y mando del Estado, sin canales de participación real en un
sistema político dominado por el AKP de Erdogan y el opositor Partido
Republicano, continuador de la más corrupta clase política. De hecho, el
intento del líder republicano de apoyar al movimiento fue rechazado
estruendosamente por los acampados.
En su origen la protesta surgió de un movimiento urbano y ecologista,
cuyo portavoz (que no líder), Birkan Isin, está más cercano de la
filosofía zen que del activismo político. Llevaban meses con una campaña
para defender el parque Gezi, adyacente a la plaza Taksim, en el centro
histórico de Estambul, amenazado de destrucción por un proyecto del
Gobierno (sin consulta con el Ayuntamiento) para construir un centro
comercial/parque temático orientalista para el turismo.
Es el último
parque que queda en esa zona y asociaciones ecologistas, apoyadas por
muchos jóvenes, lo poblaron de actividades culturales y festivas que
cambiaron su imagen de lugar medio peligroso. Así se revitalizó un
espacio público, que siempre es la sal de la ciudad, en donde floreció
la convivencia entre gentes distintas. Los ciudadanos retomaban su
ciudad.
Fue ese sentimiento de defender sus raíces, su identidad, lo que
motivó la indignación de los congregados cuando el 31 de mayo las
mesnadas antidisturbios los expulsaron del parque con extrema violencia,
al punto de que el viceprimer ministro se disculpó después por la
intervención de las fuerzas del desorden.
Por cierto que conozco
testimonios directos de que, como en muchos otros países, policías de
paisano y gentes de malvivir destruyeron y quemaron en el centro de la
ciudad para desvirtuar el carácter de la protesta. Aun así, los
manifestantes ocuparon la plaza Taksim, volvieron a ella tras cada carga
y allí continúan una semana después.
Su gesto tuvo eco en decenas de
ciudades turcas, con manifestaciones y ocupaciones en protesta por todo
tipo de agravios. Todos convergentes en una demanda: la dimisión de
Erdogan por tratar de imponer una dictadura a través de formas
pseudodemocráticas. El Gobierno duda en imitar a Egipto y lanzar a la
calle a sus partidarios porque un conflicto religioso podría
definitivamente destruir la imagen de una Turquía europea.
Tanto más
cuanto que esa división religiosa no existe en las acampadas actuales,
donde coexisten ecologistas, mujeres en defensa de su derecho a decidir,
militantes marxistas, kurdos revolucionarios, islamistas progresistas
y, sobre todo, ciudadanos de a pie que no se resignan a ceder la
soberanía popular, que teóricamente les pertenece, a una clase política
sin credibilidad.
Y aquí es donde el movimiento turco conecta con la actual experiencia
mundial. País tras país, protesta a protesta, emerge un nuevo modelo de
cambio social y político, nacido espontáneamente de una llamarada de
indignación contra la injusticia y la brutalidad, sin organización
formal, sin líderes aparentes, sin programa específico pero con valores
claramente definidos: respeto a la dignidad de las personas y a los
derechos de ciudadanía, libertad de expresión (en particular en
internet), búsqueda de formas de representación democrática que superen
el aparato de los partidos y participación abierta y activa en la
gestión de los asuntos públicos.
Es decir, es un movimiento de
refundación de la democracia en el nuevo contexto cultural y
tecnológico. Y apenas nacido ya recibe el movimiento turco el habitual
cuestionamiento de periodistas y políticos: ¿cuál es su programa?,
¿quién los representa? Y la respuesta es la misma en todos sitios: saben
lo que rechazan y buscan por sí mismos encontrar lo que les niegan." (Manuel Castells, Caffe Reggio, 08/06/2013)
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