24/5/13

“Los ciudadanos ya no son únicamente fuente de problemas para las instituciones sino que también son productores de soluciones”

Flujo de interacciones en redes sociales en 2011 (Fuente: ONTSI)

 “(...) Internet es un nuevo escenario, es un nuevo país, es una nueva realidad social”, dice sin embargo Joan Subirats, director del Instituto Universitario de Gobierno y Políticas Públicas de la Universidad Autónoma de Barcelona.

 “Lo primero es evitar pensar en Internet como si fuera una herramienta, como un martillo. No; es mucho más”, explica. “Su uso no solo nos permite hacer cosas sino que su uso nos cambia, nos transforma” también en la parte más analógica de la vida.

La izquierda tradicional tardó mucho en preguntarse en serio por qué razón lógica una manifestación de 300 personas en Madrid es más representativa de la opinión pública española que un debate en Twitter en el que participan 30.000 o 300.000 personas con voz propia. 

O cómo una concentración en Barcelona donde acudan 5.000 personas durante una hora va a tener más impacto y capacidad de cambio que una campaña online que nace en un wiki y deriva en vídeos, posts y cientos de miles de páginas vistas.

La manifestación tiene un poder simbólico que aún se conserva excepcionalmente, y consigue su efecto, pero la mayoría de las ocasiones simplemente satisface una necesidad mediática ritual: los periódicos quieren una foto de una mancha anónima de cabezas juntas para darle espacio y valor a una acción social.

 Cuando uno va a una concentración, muchas veces es un bulto, una cabeza para ser contada a ojo, para ser fotografiada con otras desde lejos, detrás de una pancarta que no se ha debatido. Alguien hace el discurso y tú pones el cuerpo.

Ya no vale solo con eso. Esa ciudadanía en red no regula su tono social a través de manifestaciones recurrentes, aunque puedan tirar de ellas alguna vez. Sus síntomas de fractura social no podrán medirse solo en función de si la gente se concentra, acampa o se siente apelado por una asamblea.  (...)

Si un grupo de personas queda cada martes a las 19.30 en Madrid, todo el que no viva en Madrid o no pueda desatender otras obligaciones a esa hora y ese día queda fuera de la corriente política que pueda nacer de ese grupo. Utilizando herramientas en red, esa barrera física desaparecería. La brecha analógica ha fomentado una política centralizada, masculinizada y profesionalizada.

El voto como consecuencia, no como causa. Las reglas políticas que se están generando con el uso masivo de Internet son diferentes a las tradicionales. La clave de todo el cambio está en que “pierden peso las intermediaciones”, explica Subirats. Es decir, la gente puede ya hacer muchas cosas por su cuenta sin depender de partidos, sindicatos o medios de comunicación.

 “Los intermediarios antes eran imprescindibles porque eran los únicos capaces de manejar los mecanismos de acción colectiva”. “Antes”, dice el catedrático, “cuando la gente tenía un problema, acudía a ellos”. La crisis institucional está acelerando el desgaste de ese modelo: “Ahora sucede que, tal y como existen esos intermediarios, se han convertido en parte del problema y no son capaces de aportar valor”.

Los partidos se quedan cortos y la gente hace política sin ellos. En un esquema infinito de iniciativas cruzadas, lobbies ciudadanos y colectivos efímeros, las estructuras van siempre demasiado tarde. Ni siquiera las menos comprometidas por el poder o las más nuevas son capaces de seguir el ritmo de una ciudadanía que ahora participa políticamente cada día, no cada cuatro años. 

Que debate en público, ante cientos o miles de personas, en su cuenta de Facebook o Twitter, sobre temas sociales, laborales, económicos, culturales. Que genera pequeñas comunidades de intereses. Que comparte conocimiento con millones de personas sin tener que desplazarse o vivir en una ciudad especialmente activa políticamente.

Ahora que día a día el individuo conectado puede hacer política sin intermediarios, su posicionamiento ideológico no viene derivado del voto, sino al revés. Uno ya no defiende determinadas cosas porque es lo que defiende el partido al que vota, sino que tras cuatro años de participación personal, toca mirarse al espejo y pensar qué opción es más coherente. 

El voto es una consecuencia y no una causa de la identidad ideológica de las personas. La lealtad y la militancia a una organización ya no son valores políticos supremos sino la capacidad personal de aportar a diferentes espacios comunes.

El mensaje no es que los partidos ya no sirvan de nada. “Los partidos van a seguir siendo importantes, pero cumplirán otro papel”, dice Subirats. “El futuro de los partidos está en saber agregar y articular todos esos intereses”, aunque tendrán mucho menos poder que ahora “para gestionar la selección de élites y la ocupación de espacios institucionales”, dice Subirats. Una estructura pequeña, ágil y porosa atravesada por el debate público. (...)

La Comunidad dice que, según sus cálculos, los hospitales privatizados son más baratos que los públicos. ¿De dónde sale ese cálculo? No se sabe. Lo único que el Gobierno autonómico ha hecho público son once folios. Once folios como informe de una transformación radical de la atención sanitaria de millones de personas.

“Si el consejero de Sanidad de Madrid tuviera la obligación de hacer públicos los datos, los informes, los cálculos, podríamos entre todos legitimar esa decisión o no”, explica Victoria Anderica, de la Coalición ProAcceso, que une a organizaciones que reclaman un acceso ciudadano a la información de las administraciones. 

Plantea un “escenario transparente” en el que “la gente es más consciente” de los problemas y más empática con las soluciones, hasta en los casos en que estas sean desagradables.

Internet ha roto las costuras de la vida política. Ahora el mapa es otro y el representado tiene más peso que antes sobre el representante. Es, en realidad, un juego basado en la desconfianza: puedo votarte, pero eso no significa que delegue mi vida política en ti. Ahora hay herramientas para articular la desconfianza, lo que ha de verse “como algo positivo”, explica Joan Subirats.

 “Hay que desconfiar de la democracia: crear más instrumentos de control desde la sociedad, dar la capacidad a la gente de controlar, evaluar y denunciar la actuación de los poderes”, concluye.

O visto desde otra perspectiva, “los ciudadanos ya no son únicamente fuente de problemas para las instituciones sino que también son productores de soluciones”, dice Subirats. La inteligencia colectiva, a veces amateur, empuja procesos políticos necesarios que serían imposibles dentro de los mecanismos tradicionales. (...)

Esa producción ciudadana tiene un potencial difícil de imaginar: lobbies en red, datos públicos procesados por expertos, participación directa en votaciones oficiales, fiscalización de cuentas al milímetro e información contrastada en común. Esto acaba de empezar. (...)"       (Juan Luis Sánchez - www.eldiario.es, Attac España,  17/05/2013)

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