Flujo de interacciones en redes sociales en 2011 (Fuente: ONTSI)
“(...) Internet es un nuevo escenario, es un nuevo país, es una nueva
realidad social”, dice sin embargo Joan Subirats, director del Instituto
Universitario de Gobierno y Políticas Públicas de la Universidad
Autónoma de Barcelona.
“Lo primero es evitar pensar en Internet como si
fuera una herramienta, como un martillo. No; es mucho más”, explica. “Su
uso no solo nos permite hacer cosas sino que su uso nos cambia, nos
transforma” también en la parte más analógica de la vida.
La izquierda tradicional tardó mucho en preguntarse en serio por qué
razón lógica una manifestación de 300 personas en Madrid es más
representativa de la opinión pública española que un debate en Twitter
en el que participan 30.000 o 300.000 personas con voz propia.
O cómo
una concentración en Barcelona donde acudan 5.000 personas durante una
hora va a tener más impacto y capacidad de cambio que una campaña online
que nace en un wiki y deriva en vídeos, posts y cientos de miles de
páginas vistas.
La manifestación tiene un poder simbólico que aún se conserva
excepcionalmente, y consigue su efecto, pero la mayoría de las ocasiones
simplemente satisface una necesidad mediática ritual: los periódicos
quieren una foto de una mancha anónima de cabezas juntas para darle
espacio y valor a una acción social.
Cuando uno va a una concentración,
muchas veces es un bulto, una cabeza para ser contada a ojo, para ser
fotografiada con otras desde lejos, detrás de una pancarta que no se ha
debatido. Alguien hace el discurso y tú pones el cuerpo.
Ya no vale solo con eso. Esa ciudadanía en red no regula su tono
social a través de manifestaciones recurrentes, aunque puedan tirar de
ellas alguna vez. Sus síntomas de fractura social no podrán medirse solo
en función de si la gente se concentra, acampa o se siente apelado por
una asamblea. (...)
Si un grupo de personas queda cada martes a las 19.30 en Madrid, todo
el que no viva en Madrid o no pueda desatender otras obligaciones a esa
hora y ese día queda fuera de la corriente política que pueda nacer de
ese grupo. Utilizando herramientas en red, esa barrera física
desaparecería. La brecha analógica ha fomentado una política
centralizada, masculinizada y profesionalizada.
El voto como consecuencia, no como causa. Las reglas políticas que se
están generando con el uso masivo de Internet son diferentes a las
tradicionales. La clave de todo el cambio está en que “pierden peso las
intermediaciones”, explica Subirats. Es decir, la gente puede ya hacer
muchas cosas por su cuenta sin depender de partidos, sindicatos o medios
de comunicación.
“Los intermediarios antes eran imprescindibles porque
eran los únicos capaces de manejar los mecanismos de acción colectiva”.
“Antes”, dice el catedrático, “cuando la gente tenía un problema, acudía
a ellos”. La crisis institucional está acelerando el desgaste de ese
modelo: “Ahora sucede que, tal y como existen esos intermediarios, se
han convertido en parte del problema y no son capaces de aportar valor”.
Los partidos se quedan cortos y la gente hace política sin ellos. En
un esquema infinito de iniciativas cruzadas, lobbies ciudadanos y
colectivos efímeros, las estructuras van siempre demasiado tarde. Ni
siquiera las menos comprometidas por el poder o las más nuevas son
capaces de seguir el ritmo de una ciudadanía que ahora participa
políticamente cada día, no cada cuatro años.
Que debate en público, ante
cientos o miles de personas, en su cuenta de Facebook o Twitter, sobre
temas sociales, laborales, económicos, culturales. Que genera pequeñas
comunidades de intereses. Que comparte conocimiento con millones de
personas sin tener que desplazarse o vivir en una ciudad especialmente
activa políticamente.
Ahora que día a día el individuo conectado puede hacer política sin
intermediarios, su posicionamiento ideológico no viene derivado del
voto, sino al revés. Uno ya no defiende determinadas cosas porque es lo
que defiende el partido al que vota, sino que tras cuatro años de
participación personal, toca mirarse al espejo y pensar qué opción es
más coherente.
El voto es una consecuencia y no una causa de la
identidad ideológica de las personas. La lealtad y la militancia a una
organización ya no son valores políticos supremos sino la capacidad
personal de aportar a diferentes espacios comunes.
El mensaje no es que los partidos ya no sirvan de nada. “Los partidos
van a seguir siendo importantes, pero cumplirán otro papel”, dice
Subirats. “El futuro de los partidos está en saber agregar y articular
todos esos intereses”, aunque tendrán mucho menos poder que ahora “para
gestionar la selección de élites y la ocupación de espacios
institucionales”, dice Subirats. Una estructura pequeña, ágil y porosa
atravesada por el debate público. (...)
La Comunidad dice que, según sus cálculos, los hospitales
privatizados son más baratos que los públicos. ¿De dónde sale ese
cálculo? No se sabe. Lo único que el Gobierno autonómico ha hecho
público son once folios. Once folios como informe de una transformación
radical de la atención sanitaria de millones de personas.
“Si el consejero de Sanidad de Madrid tuviera la obligación de hacer
públicos los datos, los informes, los cálculos, podríamos entre todos
legitimar esa decisión o no”, explica Victoria Anderica, de la Coalición
ProAcceso, que une a organizaciones que reclaman un acceso ciudadano a
la información de las administraciones.
Plantea un “escenario
transparente” en el que “la gente es más consciente” de los problemas y
más empática con las soluciones, hasta en los casos en que estas sean
desagradables.
Internet ha roto las costuras de la vida política. Ahora el mapa es
otro y el representado tiene más peso que antes sobre el representante.
Es, en realidad, un juego basado en la desconfianza: puedo votarte, pero
eso no significa que delegue mi vida política en ti. Ahora hay
herramientas para articular la desconfianza, lo que ha de verse “como
algo positivo”, explica Joan Subirats.
“Hay que desconfiar de la
democracia: crear más instrumentos de control desde la sociedad, dar la
capacidad a la gente de controlar, evaluar y denunciar la actuación de
los poderes”, concluye.
O visto desde otra perspectiva, “los ciudadanos ya no son únicamente
fuente de problemas para las instituciones sino que también son
productores de soluciones”, dice Subirats. La inteligencia colectiva, a
veces amateur, empuja procesos políticos necesarios que serían
imposibles dentro de los mecanismos tradicionales. (...)
Esa producción ciudadana tiene un potencial difícil de imaginar: lobbies
en red, datos públicos procesados por expertos, participación directa
en votaciones oficiales, fiscalización de cuentas al milímetro e
información contrastada en común. Esto acaba de empezar. (...)" (Juan Luis Sánchez - www.eldiario.es, Attac España, 17/05/2013)
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