26/2/13

En las afueras de Madrid hay un lugar que guarda cinco máquinas capaces de replicarse a sí mismas. “Estamos investigando para hacerlas cada vez más autónomas. La idea es que, al final, todos tengamos estas máquinas en casa"



"En las afueras de Madrid hay un lugar que guarda cinco máquinas capaces de replicarse a sí mismas. (O casi… porque pueden producir prácticamente la totalidad de sus componentes). Estas impresoras 3D pertenecen a los cuatro individuos que han convertido ese espacio en el bar fablab La nave.

 Allí se reúnen, desde hace tan solo unos días, para “investigar, de forma distendida, algo que parece que va a cambiar el mundo”. Es lo que piensa Juan Manuel Amuedo de la impresión 3D y no se aleja nada de lo que dice de ella la prensa: “segunda revolución industrial”, “nueva revolución digital”, “economía post-capitalista”.

Las cinco máquinas fueron construidas por Amuedo, Fernando Salceda, Pablo Clemente y Julio Galarón para imprimir en 3D o, como aclara el primero, realizar “fabricación aditiva”. “Ese concepto es más exacto que impresión 3D”.

Este tipo de fabricación se basa en construir un objeto en tres dimensiones con un programa informático. “Tienes una idea, la diseñas en 3D, la pasas a un formato STL y después lo llevas a un software que lo lonchea en capas”.

Un ordenador conectado al dispositivo transmite esta información para que el filamento de la máquina vaya depositando material modelable, en forma de capas, hasta construir el objeto. El material que utilizan las impresoras de La nave es uno de los más comunes en la fabricación aditiva: el polímero ABS. 

“Es un termoplástico reutilizable, que se funde y se puede volver a utilizar para construir otra pieza”, explica Julio Galarón. “A veces usamos también el termoplástico PLA”.

La fabricación aditiva se utiliza en grandes industrias, como la automoción o la aeronáutica, desde hace décadas. “Es una alternativa a la fabricación sustractiva [extracción de material para generar la pieza final]”, explica Almuedo (aka Colepower). 

La llamada impresión 3D empezó a seguir los pasos de los ordenadores. La máquina gigante e inaccesible para un particular se está haciendo más pequeña y más alcanzable. Pero aún queda mucho camino para que este dispositivo sea un imprescindible en los hogares, como es hoy el ordenador.

En esta meta, Adrian Bowyer dio un paso gigante, en 2005. El ingeniero y matemático intentó crear una máquina que pudiera imprimir la mayor parte de sus componentes para que pudiese replicarse sin depender de ninguna compañía. Era la forma de dar un empuje definitivo a la expansión de esta tecnología. Algo así como la reproducción por esporas pero aplicada a la tecnología.

El británico creó el proyecto RepRap (replicating rapid prototyper) basándose en la filosofía Open. Toda la información de las impresoras que van creando está publicada en abierto y los diseños tienen licencia libre (GNU General Public License).

 La primera es de 2007 y se llama Darwin. Dos años después inventaron Mendel y en 2010 nacieron Prusa Mendel y Huxley. Todas tienen nombre de biólogos en referencia al cometido del proyecto: ‘el sentido de RepRap es replicar y evolucionar’. La clonación se puso en marcha y, según Amuedo, desde 2009 han surgido “miles de modelos mejorados”.


Una máquina que es capaz de clonarse a sí misma es la forma más práctica de lograr un crecimiento exponencial. “RepRap pretende que las impresoras 3D se expandan de forma rápida y barata”, comenta el informático, que se denomina a sí mismo ‘un papi preocupado por la educación de su hija’. 

“En La nave también queremos inocular el virus de la impresión 3D entre muchas más personas”.

En Madrid, el doctor de robótica Juan González (Obijuan) inició el proyecto Clon Wars. El profesor de la Universidad Carlos III creó su propia impresora y la llamó R2D2. “Obijuan construyó la impresora Mother para que hubiera una primera que imprimiese las piezas de otros clones”, relata el fundador de La nave.

 “El primer clon de Mother nació a principios de 2012 y a finales de año ya había más de 120 clones. Además, han surgido cuatro variantes”.

R2D2 fue el origen. Después llegaron las sagas. “Cada máquina tiene su propia dinastía. Está formada por sus hijos y por la relación que tienen todos los clones”, explica el experto informático. “Nos divertimos viendo cómo se comportan las dinastías. Es una forma de hacer más motivadora la fabricación de nuevas impresoras 3D”.

 En La nave también hay estirpes. Las impresoras se llaman Uterus (la máquina de Colepower), Renovatio (de Julio Galarón), Paclemaker (de Pablo Clemente), Tie Fighter y Death Star (estas dos últimas, de Fernando Salceda). Uterus es hija de R2D2 y madre de Renovatio, y Death Star es madre de Tie Fighter.

“A veces se producen aberraciones biológicas. En La nave, por ejemplo, cuatro impresoras [Death Star queda fuera porque se encuentra enferma] serán madres de otras cuatro que estamos creando”, indica. “Otras veces se pueden producir reencarnaciones. Una hija de R2-D2 imprimió varias piezas para que, al morir, naciera una nueva”.

En la actualidad es posible crear una impresora de este tipo por unos 500 o 600 euros, de acuerdo con el experto informático. La suma de los componentes para crear las que hay en La nave no va más allá de 350 o 400 euros.

“Tenemos mucho interés en descubrir la cantidad de nichos que van a nacer a partir de esto”, apunta Amuedo. “Estamos investigando para hacerlas cada vez más autónomas. La idea es que, al final, todos tengamos estas máquinas en casa. Esto es una prueba. Queremos que La nave ayude a que la gente entienda cómo están hechos estos dispositivos y se animen a construir los suyos”.        (Noticias de hoy, 21/02/2013)

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